Viernes, 5 de marzo de 2010 | Hoy
Por Claudia N. Laudano*
La llegada de Cristina Fernández al máximo cargo unipersonal de poder hace dos años instaló de inmediato la diferencia sexual en la escena pública. Quizá, por la trayectoria de la mandataria en el ámbito político, dicha distinción no se hizo tan notoria desde un principio en los medios de comunicación.
Sin embargo, desde las dificultades que la denominación correcta de su cargo generó en el periodismo (¿la presidente o la presidenta?, se preguntaban ante los posibles juegos del lenguaje), a la decisión de adjudicarle autonomía subjetiva o referenciarla desde su partenaire (¿CF o CFK?), las marcas de cierto sentido común añejado no dejaron de sucederse desde entonces.
Pocos medios se privaron de exhibir aristas de una feminidad tradicional aggiornada. Así, con frecuencia nos deleitaron respecto de sus gustos por la indumentaria (al punto de promocionar marcas que el consumo ostentoso devino chic) y supimos de ciertas debilidades de su arreglo personal (infaltable perfume y máscara de pestañas recargada antes de salir), como del seguimiento de dietas para perder kilos e, incluso, nos alimentaron sospechas acerca de retoques faciales vía intervenciones.
Si bien aún ronda en nuestra memoria el relato sobre la célebre “avispa”, causante de la hinchazón en la cara de un ex presidente con deseo de lookear más coqueto, con sustancias de relleno mediante (¿era botox?); estamos lejos de poder equiparar el uso del mismo dispositivo para referirse a ella que a ellos. Acaso, ¿alguien recuerda la marca de trajes de algún presidente? ¿Y de sus camisas, diseños de corbatas o zapatos?
Aun desde ciertos programas de humor, el matrimonio presidencial fue destacado por aspectos compatibles con las expectativas adjudicadas a cada identidad de género. Mientras desde CQC trataron a Néstor K. como un presidente “jodón”, por las monerías públicas que gustaba exhibir, un joven notero del mismo programa jugaba a “hacerle el entre” y seducir a Cristina, desde que fue candidata presidencial.
Apliquemos de manera veloz la conocida regla de la inversión de sexos en ambos ejemplos, para ver si hay sexismo en las prácticas comentadas. Más allá de sus rasgos de personalidad, ¿podría Cristina Fernández ser considerada una presidenta “jodona”? Por otro lado, ¿alguna notera intentaría “levantarse” a Néstor Kirchner en tanto presidente? ¤
* Profesora titular en UNLP y UNER. Investigadora en Medios y Género.
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