Viernes, 16 de abril de 2010 | Hoy
Por Sergio Balardini *
La adolescencia es un tiempo de construcción de identidad y en ese sentido todos los elementos que sirven para construirla (en una época donde la identidad es líquida) son valiosos. En algunos grupos apareció una necesidad fuerte e importante de tomar y generar identificaciones y de apropiarse de rasgos, marcas y máscaras que ayuden a construir una identidad propia y diferenciada.
Por otra parte, hoy en día la palabra y el discurso están devaluados; entonces lo simbólico tiene una mayor fuerza comparativa y contrastante con otro tiempo, lo que no quiere decir que este proceso no haya sido vivenciado por las generaciones anteriores, sino que la inscripción al cuerpo a través de marcas intensas que no sean fácilmente invisibilizadas, es más absoluta y necesaria.
Hay algo de la construcción de los mundos de pares que se juega en un contexto de mayor fuerza: no es lo mismo decir que hay adolescencia pero además hay adultos fuertes y discursos institucionalizados, palabras con relieve y proyectos a futuro que la sociedad transmite, que decir hay adolescencia pero no hay impares (adultos fuertes). Entonces el marco identitario opera distinto: los adolescentes sienten que tienen que dotarse de elementos más pregnantes, de espacios que estén por fuera de la relación de los mismos grupos de edad... El adulto no está y su discurso de referencia está más licuado que en cualquier otro momento histórico, por lo que el espacio de la tribu construye preguntas y respuestas en su núcleo, sin mirar afuera. A eso contribuyen la tecnología, el consumo y las pantallas, desde luego, sin dejar de lado el peso que la imagen está teniendo en estos últimos años.
Cuando había adultos fuertes con los que disputar, había desilusión y desencanto pero con posibilidad de construir. Hoy no sé si vale la pena contrastar con ningún adulto porque no sé si hay algún adulto por ahí, me refiero a adultos sólidos; entonces lo que se construye es un mundo propio. Y por otro lado hay una sobrecarga de presente por una ausencia de proyecto de futuro que enamore para poder ir por él. Esa sobrecarga de presente opera, no es una disolución del mismo tono que había en los ’60 y ’70 (no es Holden Caulfield desencantado pero con ideas sobre cómo ser diferente de sus padres y maestros).
Las marcas en el cuerpo y la vestimenta son muy intensas pero muy temporales, se articulan en tensión con la representación y se constituyen como intervenciones mucho más directas. Para dotarse de elementos constitutivos y para producir algo del orden de lo propio, las cosas tienen que ser más radicales, eso “siente” el adolescente; de ahí el disfraz, el piercing o el corte de pelo. Y en cualquier caso, siempre hay que leer estas intervenciones en el contexto social y de época que atravesamos.
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