Exorcismos personales
Por Soledad Vallejos
“Debut en ficción más impactante del año”, “un descubrimiento asombroso”, “profundamente impactante”, ésas eran sólo algunas de las palabras que medios tan influyentes como Time o The New Yorker desparramaron en el 2002 para celebrar The Lovely Bones, la novela de Alice Sebold que en estos días Ed. Mondadori distribuye en la Argentina como Desde mi cielo. Sebold es una mujer que, en 1999, había sabido ganarse cierto respeto de la prensa especializada con Lucky, un libro que, en realidad, había nacido para cumplir una promesa que ella misma se había hecho a los 19 años, cuando era una estudiante virgen a quien un desconocido estaba violando: escribir sobre eso. “Montones de personas tienen historias similares, y quería que la palabra ‘violación’ fuera usada fácilmente en las conversaciones. Mi deseo sería que, de alguna forma, mi escritura se llevara un poquito del tabú o de lo desubicado que implica usar esa palabra. Ningún trabajo va a evitar los años de trabajo que eso necesita, pero puede ayudar.” No era lo que se dice un texto reparador, mucho menos de autoayuda, a pesar de que las grandes cadenas de librerías prontamente le encontraron un lugarcito en los estantes del caso (vaya una a saber cómo fue que Barnes & Noble, sin ir más lejos, decidió incorporarlo en la sección “Adicciones y Recuperación”), sino una suerte de exorcismo personal más cercano a los relatos de memorias. Las ventas, sin embargo, no acompañaron el entusiasmo de la crítica, y Sebold había quedado más o menos en el olvido hasta el año pasado. De alguna manera, plantea ciertas preguntas el hecho de que en los paranoicos Estados Unidos post-11 de septiembre una novela sobre la vida ultraterrena de una chica de 14 años violada y asesinada por un vecino y las vidas terrenas de sus seres queridos tras esa muerte haya cosechado un aluvión de lectores y elogios (en apenas cinco meses, la modestia de la primera edición se había visto superada por cerca de 2 millones de copias vendidas; se mantuvo al tope del ranking de best-sellers, y en las tiendas electrónicas como Amazon superó el número de consultas y de reseñas de lectores a clásicos con buen promedio). En una lúcida columna de The New York Review of Books, Daniel Mendelsohn conjetura que, tal vez, el origen de la reacción que supo provocar Sebold con Desde mi cielo haya que buscarlo en la voz de Susie, la adolescente que, ya muerta e instalada en un cielo acogedor (diseñado, literalmente, a medida de los deseos de cada alma), participa, por así decirlo, de las vidas en la Tierra. A partir de esa narradora, que puede ser omnisciente sin abandonar la primera persona (un gesto por demás hábil), Sebold va hilando un relato no tanto destinado a confrontar al posible lector con cosas dolorosas como a contenerlo y darle aliento: en verdad, parece decirle, esas cosas tan dolorosas no tienen consecuencias permanentes. Tal vez sea cierto y este libro finalmente sí sea una suerte (extraña, cuanto menos) de autoayuda, aun cuando el veneno que destila sobre la vida de los suburbios (por momentos, más cerca de Todd Solondz que de Belleza americana) a lo largo de casi todos los capítulos termine enrareciéndose al final. Digamos: si lo de Sebold es algún tipo de ayuda para confortar al lector promedio norteamericano, es más bien rara y lo hace sin ahorrar patadas. Como sea, es un fenómeno editorial que, buscando romper con los tics hiperconocidos de la literatura-de-bolsillo-para-chicas, bien puede ser tenido en cuenta.