Viernes, 8 de julio de 2011 | Hoy
Por Marta Dillon
Hace poco, apenas ocho años, cuando recién se había cumplido un año de la desaparición de Marita Verón, hablar de trata era bastante parecido a hablar sola. La mirada oblicua que se podía recibir en uno u otro caso era similar. ¿Cómo van a estar esclavizadas mujeres que tienen contacto con decenas de clientes por día? ¿Por qué no les pedían ayuda a ellos? Y además, ¿para que secuestrar o captar chicas comunes y corrientes, parecidas a muchas otras, trabajadoras sexuales o en situación de prostitución, como fuera que se consideraran, pero que evidentemente no estaban secuestradas? Preguntas como éstas se retrucaban con velocidad y sin dudar frente al relato de la historia de Susana Trimarco, por ejemplo, mamá de Marita Verón. Se necesitaba algo más que paciencia para contestar, se necesitaba muñeca. Aunque en este contexto esa palabra sea poco feliz, sirve para describir el arte que requiere desarticular discursos y prácticas que además de naturalizadas también suelen estetizarse a través de relatos y canciones enmascarando la transacción comercial que exige la prostitución, obviando que el objeto de esa transacción es un sujeto y que, vaya casualidad, la inmensa mayoría de las veces paga un varón haciendo uso de sus privilegios de macho. Privilegio que también parece sobrevivir bien enmascarado en otros lugares comunes que todavía se escuchan: “A estas chicas las mandás a su casa y al otro día las tenés otra vez prostituyéndose, en la joda”. “Si no hubiera prostíbulos habría más violaciones”, como le dijo a esta cronista el fiscal al inicio de una causa por trata, en el año 2005. Pasados los testimonios y viéndose expuesto en un medio de comunicación, el propio fiscal pidió disculpas por lo dicho. Nunca antes había notado la brutalidad que encerraban sus palabras.
El método que esta cronista encontraba para ir abriendo camino cuando la incredulidad se hacía muy cerrada era devolver el interrogante con términos similares a los usados en primer término. Por ejemplo: ¿Y por qué los clientes creerían la versión de una chica del montón, dicha a las apuradas y en medio de un coito? ¿Cuánto tendría que explicar esa chica antes del próximo turno? ¿Por qué en lugar de dudar no hacer la cuenta de cuánto dinero representa para quien la explote una mujer, cualquier mujer, puesta a “atender” sin respiro ni descanso? ¿De cuántas cosas habló usted con la señorita de turno en el último prostíbulo que visitó –hay que decir que es una costumbre bastante arraigada entre periodistas, ir a los prostíbulos al final de tal o cual cobertura lejos de casa–? Y cuando nada de esto servía, lo infalible: la voz de otro hombre, no sólo de otro hombre sino de un policía que decía en on: “En nuestra provincia las mujeres se venden como ganado”, frase que finalmente llegó a la tapa de este diario, dicha por el comisario Jorge Tobal, uno de los que investigaron el caso de Marita Verón, que trabajó codo a codo con Susana Trimarco quien, hábilmente, lo instó a hablar porque ella sabía que su voz era potente en este caso. Más potente que la de la madre, aunque duela decirlo. Esa frase abrió, al menos en este medio, al tiempo que empujaba a otros a prestar atención, a buscar sus propias historias, un camino sin retorno hacía la denuncia del delito de trata dándole visibilidad, sosteniéndolo en la agenda, haciéndose eco de las organizaciones, mayormente del movimiento de mujeres, que venían alertando y denunciando.
Hacer este recorrido sirve para explicar cierto ánimo de festejo frente a las palabras de la presidenta Cristina Fernández: aunque todavía haya voces que sin un temblor hablen de “trata de blancas” –obviando la profunda discriminación que esa figura encierra– para referirse a la reducción a la esclavitud de personas, ya no hay tanto que explicar. Salvo, como lo explicó la misma Presidenta, que no era en contra ni ponía en tela de juicio a quienes ponen el cuerpo –sean mujeres, travestis o niñas, las principales víctimas– detrás de los avisos sino a quienes los pagan y se enriquecen con lo que los clientes depositan en sus bolsillos después. La medida de prohibir los avisos que se nombran sin nombrarse con el eufemismo “rubro 59” seguramente es insuficiente para evitar la trata con fines de explotación sexual, pero la visibilidad que se le da a este delito, el modo en que esto apela a quienes dudarán en adelante antes de discar el número que aparece en el aviso, la potencia que tiene que sea la Presidenta la que reconozca el modo en que se denigra a todas cuando se ofrecen partes del cuerpo como si fueran cortes de carne vacuna; todo eso significa un cambio de paradigma, y es algo, sin duda, para festejar.
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