› Por Dora Barrancos *
Durante los “idus” del campo ocurrió en verdad un proceso de testeo de las capacidades de la Presidenta. Más allá de algunas equivocaciones de la estrategia gubernamental –de hecho, renunció el ministro de Economía–, lo cierto es que entre quienes se sentían afectados por la 125 se derramaron los deseos más nefandos, incluyendo sin duda los destituyentes. Se profirieron y se escribieron los insultos más agraviantes, haciendo foco en la condición femenina de la alta magistratura. La identificación animal y la genitalidad viciosa, “yegua/puta” fueron puntales de la semiología al uso. Tuve la íntima convicción –y así lo hice saber a quienes me rodeaban– de que el clima de adversidad, el encono agigantado y las agresiones a la mujer/Presidenta, si conseguían sortearse de modo atinado, terminarían fortaleciendo a la Presidenta/mujer.
No creo en la hipótesis del rebote de la muerte de su esposo, en todo caso mi conjetura es que el fallecimiento del ex presidente Kirchner permitió a grandes porciones de la población (y seguramente a algunas franjas de los otrora resentidos habitantes rurales), reflexionar sobre el significado de la intervención de los Kirchner en la conducción del Estado. Los sentimientos que vinieron a tono con la desaparición de Néstor exceden los “efectos demostrativos” o los “estímulos imitativos gregarios”, fenómenos bien conocidos en las ciencias sociales. Las exequias fueron una oportunidad dolorosa de reconocimiento al ciclo que se había inaugurado en 2003, y desde luego hubo una ampliación de la adhesión a la Presidenta. Muchísima gente que no comulgaba con el “kirchnerismo” pasó a simpatizar, menos por la emotividad que suscitaba la doliente viuda, que por actos reflexivos que permitieron reexaminar en perspectiva sus políticas. Entonces Cristina fue vista desde otro prisma. De ahí que no pocos aseguraran que había cambiado, que ya no era la misma, que se había tornado menos soberbia, etc. etc. El cambio de opinión, sobre todo de los sectores medios, tiene también que ver con la evidencia empírica, con la incontestable circunstancia de que las cosas habían mejorado durante los gobiernos de los Kirchner, y pasó a invertirse la prueba. Los groseros epítetos marcados por la “femifobia” dejaron de aparecer públicamente, aunque no se me escapa que algunos trogloditas todavía los usan en marcos reservados. Desde luego, no han faltado los cálculos agoreros sobre la desestabilidad que la acometería, debido nuevamente a su condición de género. Pero la estrategia de la Presidenta para ampliar de modo tan notable el consenso en torno de su gobierno no ha sido nada excepcional. Ha consistido simplemente en redoblar el apego a las convicciones con la determinación y la fuerza que las mujeres suelen desplegar frente a desafíos y adversidades. Ante esa exhibición de dignidad, insultar y agraviar no sólo pierde eficacia, sino que se vuelve en contra. Tal lo que puede leerse en el resultado de las últimas elecciones.
* Socióloga y doctora en Historia.
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