› Por Nathalie Goldwaser *
Cuando comenzaron algunos estudiosos y estudiosas –allá por los años ‘70 en el mundo occidental– a señalar la perversidad de ciertos discursos académicos, periodísticos, en formato escrito u oral, lo hicieron porque notaban el desplazamiento del fondo del discurso por la forma, es decir, señalaron el velo que recubría una violencia hacia el sexo femenino, la violencia discursiva.
Luego de las elecciones del domingo se pudo leer en uno de los más importantes diarios del país una “nota de color” sobre la forma en que nuestra Presidenta apareció en público. Allí se la caracterizó de “actriz”, “autoinventada”, de “directora de una obra” y luego se la adjetivó de viuda (con mayúscula). ¿Por qué se la critica desde ese ángulo? ¿No hubo nada más que una puesta estética y escénica, que dicho sea de paso es inherente a la actuación en la arena política?
Los roles/papeles que una mujer ocupa en su vida no componen su “condición femenina”. Algunos roles no son elegidos (hay mujeres que han sido un objeto del pater familias, otras han sido madres sin desearlo, otras han sido viudas sin celebrarlo); mientras que hay mujeres que, con su consentimiento –e incluso compartiendo la decisión con Otro, como tener hijos o formar una familia– han ocupado papeles fundamentales tanto en la escena pública como privada. La condición femenina no tiene que ver con la biología.
En una nota intitulada “La presidenta sexy” (Página/12, 5/3/2010) Juan Carlos Volnovich apuntaba que en el momento de la jura como Presidenta de los argentinos, Cristina Fernández anticipó que le iba a ser más pesada la tarea ejecutiva por el hecho de ser mujer, la sexualidad de la Presidenta irritó e irrita a algunos y algunas. Se escuchaban y leían toda clase de insultos contra su sexo.
Hoy, el eje de las críticas se desplazó, pero bajo la misma forma. A partir de un suceso trágico como la muerte de su compañero de toda la vida, y nuestro ex presidente, se resalta uno de sus roles no queridos. ¿Qué hay detrás de la adjetivación de “viuda”? Sin dudas, una nueva forma de cosificación, el desplazamiento de su ser mujer ocupando el rol de Presidenta, y por lo tanto borrando su empoderamiento por segunda vez por más de la mitad del electorado.
Con ojos ingenuos, podríamos parafrasear a Alexis de Tocqueville cuando en 1835 aseveró que “todo lo que influye en la condición de las mujeres tiene un interés político muy grande”. Su reciente condición tiene un interés político, pero de ningún modo obnubila el resto de las características que componen su ser político. No nos olvidemos de que las condiciones exteriores que se imponen pueden transformarse en una condición interior que se fija como representación de sí. El siglo XIX pareciera estar más próximo a nuestro tiempo que algunos/as que escriben y piensan. En la Argentina de Sarmiento y de Alberdi, en tiempos de censura política, mencionar a la “figura de la mujer” (cuya condición, para estos hombres, era temporal porque iba llegar prontamente su emancipación) fue, muchas veces, el modo de resistir a los embates contra la violencia política y también un modo de hablar de la Nación por venir. Hoy se la vuelve a utilizar pero con los fines inversos: no para resistir, no para hablar de política, sino para evitar el análisis de fondo de un proyecto que tiene el consenso mayoritario.
* Lic. en Ciencia Política, magíster en Comunicación y Cultura (UBA). Becaria doctoral Conicet, Instituto de Investigaciones Gino Germani.
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