› Por Mirta Zaida Lobato *
Es difícil escribir el día después de unas elecciones que consagraron a Cristina Fernández de Kirchner para un tercer mandato presidencial. La victoria fue contundente y la brecha para pronunciar palabras, diseñar ideas y prácticas discordantes ha quedado bastante limitada. El mayor riesgo es el de la simplificación.
Sin embargo, valdría la pena volver la mirada hacia atrás para analizar el modo en que las mujeres acceden a ciertas cuotas de poder político y las valoraciones que se hacen de quienes eligen actuar públicamente. Poner en perspectiva histórica el logro alcanzado por Cristina Fernández de Kirchner en estas elecciones permitirá pensar los desafíos que enfrenta no sólo el conjunto de la población sino también las mujeres.
La retirada de la dictadura en 1983, tras la derrota en la guerra de Malvinas, abrió el camino para reconquistar la democracia como idea y como práctica. En los años setenta de la “juventud maravillosa” no se sostenía mayoritariamente la importancia de la construcción y convivencia democrática. Sólo la enorme herencia de la dictadura obligó a pensar que era mejor enfrentar los desafíos de la imperfecta vida republicana que resistir a la pesada presencia de prácticas políticas despóticas y autoritarias.
En el proceso político que se abrió por entonces, la integración de las mujeres al poder político fue un camino sinuoso y un hito importante lo constituyó la sanción de la ley de cupo femenino. Sin embargo, no se puede afirmar que Cristina Fernández de Kirchner fuera una beneficiaria de esa ley. En la campaña electoral de 2007 no exhibió su candidatura como un logro de las mujeres. Tampoco usó la simbología peronista, ni se presentó como heredera de Eva Perón.
En octubre de 2007, Fernández se convirtió en la primera presidenta electa. En el mes de junio de ese año todavía se escuchaban algunas voces críticas a su candidatura. La impugnación venía de la mano de su falta de experiencia. La “falta de capacidad y experiencia” en cargos ejecutivos era un argumento que aparecía solamente frente a las candidaturas femeninas. En la práctica es utilizado para restarle legitimidad a la intervención pública femenina e implica una desvalorización de sus capacidades. No es sólo un argumento masculino sino que funciona en el conjunto de la sociedad.
Mayor autonomía, militancia previa y continuidad con el gobierno de su esposo fueron los pivotes sobre los que trabajó su candidatura. Sin embargo, la presencia de las mujeres en cargos ejecutivos en la política nacional, provincial o municipal entraña numerosos desafíos para quienes ocupan esos sitios. Son desafíos personales y sociales, subjetivos y colectivos.
Además, ella era vista como “ambiciosa”, “mandona” y “mala”. Mientras los hombres del poder son fuertes, ejecutivos y saben mandar, las mujeres son mandonas, lo que quiere decir que ostentan demasiado su autoridad y, como dice el diccionario, mandan más de lo que les toca. Se alterna la mención de rasgos negativos: es mandona pero al mismo tiempo débil. Está protegida por su marido, es “ciclotímica”, es “bipolar”. Estas expresiones descalifican. Por otro lado, entra en el estereotipo femenino, es coqueta, le gustan los vestidos, los zapatos, las carteras.
Las apreciaciones negativas sobre las mujeres políticas pueden seguirse en todos los medios de comunicación. Expresiones frecuentes son: “les falta capacidad para mandar”, “no tienen experiencia”, “son débiles”, “no tienen capacidad de gestión”, son “inestables”, “pasionales”, “irracionales”, “histéricas”, “conflictivas”, “putas” y “yeguas”. Muchas de estas expresiones las escuché también en los taxis, uno de los termómetros de la vida política ciudadana.
La muerte de Néstor Kirchner y el culto a su persona que se está imponiendo han producido un giro en las valoraciones sobre la Presidenta, no necesariamente de las mujeres. Una mujer en soledad, tomando decisiones importantes, resistiendo ante la adversidad, probablemente provocó el cambio. La publicidad hizo otro tanto. Sin embargo, los dilemas para nuestra sociedad no están resueltos. Y sin convocar a los fantasmas del pasado, ella tendrá que lidiar con sus propios apoyos pues no sólo tiene el desafío de gobernar para todos sino también para las mujeres.
Para mí los interrogantes siguen abiertos. ¿Qué harán las mujeres que gobiernan por las mujeres? ¿Acelerarán los cambios? ¿Contribuirán a construir democracias más inclusivas, equitativas y plurales?
* Historiadora y miembro del Instituto Interdisciplinario de Estudios de Género (Iiege).
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