› Por Maria de los Angeles Fernandez *
Secundario era el rol que estaba llamada a jugar Cristina Fernández. A pesar de ser electa formalmente en 2007 como la primera Presidenta de la República Argentina, eran varias las figuras que le hacían sombra. En primer lugar, la de Eva Perón, que ocupa un lugar de excepción en su mitología política y, en particular, en la construcción de la identidad de las mujeres peronistas. Enseguida, su propio marido. Aunque ella se hizo acreedora de una reconocida trayectoria política, fue Néstor Kirchner el que le dio el pase para llegar al cargo, al punto de ser siempre visto como el poder tras bambalinas. Last, but not least, estaba Michelle Bachelet, la chilena que se constituyó en la primera mandataria electa por la vía de las urnas en un país importante de América latina. La coincidencia temporal y la inmediatez geográfica hacían inevitables comparaciones asociadas a críticas, las que siempre resultan odiosas. Cristina tuvo que lidiar con ellas y no salir del todo airosa, sobre todo, en los círculos feministas. Mientras Bachelet era celebrada por su compromiso con los derechos de las mujeres y, en particular, por impulsar la paridad ministerial, la argentina las vio venir por el lado de los estereotipos asociados a su imagen y reproches provenientes de ciertos sectores que hubieran esperado de ella un compromiso decidido con la legalización del aborto. Mientras Bachelet reivindicaba la compatibilidad entre ser mujer y presidenta, Cristina parecía decidida a ser, antes que nada, una política. Y no cualquier política sino una que, por no eludir temas espinudos en las transiciones políticas como son los derechos humanos, la convierten en una mujer valiente. No de aquella valentía que existe como un rasgo aislado de carácter sino de aquella que abreva en la ideología.
Lo cierto es que, aun contando con méritos personales irrefutables, no terminaba de asumir la completa investidura, como diría Celia Amorós. El imprevisto deceso de su marido y compañero político no solamente le entrega a la Argentina un nuevo caso para engrosar el panteón de los mitos políticos, cimentándose el llamado “kirchnerismo”. Depara también una ofensiva, que si bien momentánea, puso en duda sus capacidades. No faltaron los que señalaron, sin disimulos, que el país podía deslizarse por la pendiente de la ingobernabilidad. ¿No era acaso él quien poseía la capacidad y la energía para la transacción que permite navegar en el proceloso mar de las facciones del peronismo? Pero Cristina Fernández, en medio del dolor, encontró la oportunidad para reinventarse. Renegoció su propio poder, en el escenario que el imprevisto le proveía. Tomó la posta que el mito le proporcionó y estableció la necesaria conexión emocional que su previa conducción, catalogada de racional, aparentemente ahogaba. ¿Puede haber algo que nos iguale y, al mismo tiempo, interpele con más fuerza nuestro sentido solidario que la tristeza que depara el vacío de la muerte? Por otro lado, su condición de viuda la reconcilia, de alguna forma, con el género pero también la ayuda a trascenderlo. Es cierto que ésta no es una explicación suficiente para su reelección, por un porcentaje histórico. El comportamiento electoral esconde siempre una sumatoria de variadas motivaciones. Los analistas señalan que el apoyo que su gobierno recibe antecede al deceso de Kirchner, habiendo jugado un rol clave, entre otros factores, sus políticas sociales, la reactivación económica y una oposición disgregada
Se ha convertido en la primera mujer en cumplir una marca que le permite ingresar por la puerta ancha de la historia: ser reelecta en un régimen presidencial. Pero mejor aún, la magnitud del apoyo electoral recibido la revalida, obteniendo, de paso, un poder sin precedentes. Mucho se discute acerca de lo que podría deparar el futuro a un país donde su liderazgo emerge como incontrastable y donde el reforzamiento de las instituciones se mantiene como una tarea pendiente.
Al final del día, Cristina Fernández obtuvo, mediante esta elección, algo que el entusiasmo olvida: el reconocimiento pleno en un cargo que, por momentos, le fue esquivo.
* Politóloga chilena. Directora ejecutiva de la Fundación Chile 21.
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