La realidad supera la ficción
POR MARTA DILLON
Y no, más allá de Carolina Peleritti saltando por los techos de Buenos Aires en una olvidable tira llamada “Cybersix” –que entre paréntesis se parece demasiado a la Dark Angel de Fox–, las heroínas de ficción no pueblan nuestras pantallas (ni ningún otro formato popular para grandes relatos). Apenas si podemos contar entre las chicas bravas a las nunca bien ponderadas policías de Pol-Ka, desde la esmirriada Laura Novoa en “Poliladron” hasta la pulposa Nancy Dupláa y su temida Laura Copioli de “099 Central”. Como las hermanas del Norte, estos personajes no hicieron demasiado por correrse de los estereotipos clásicos. Hubo chicas lesbianas sí, la mayoría se reformaba por el amor de un hombre. Hubo chicas que parecían lesbianas pero a las que sólo les faltaba un poquito de romance–como la que compuso Julieta Díaz también en “099...”– para develar sus ansiedades clásicamente femeninas. Más allá de brigadas y cuarteles, el meollo de la trama de estas series no era la acción sino el amor, mucho más barato a la hora de producirlo y con elocuente impacto en cuanto a rating. Basta ver cómo se han convertido esas mujeres fuertes, otrora agentes especiales, en gitanas sometidas por las pasiones masculinas, sus arreglos y sus negocios. Tal vez en la antinovela “Resistiré” se vislumbran otros estereotipos de chicas bravas, pero eso sí, malas, muy malas, como casi todas las mujeres independientes que aparecen en las telenovelas. Romina Ricci –ambiciosa, inescrupulosa, capaz de eso con tal de ascender la cuesta del éxito– y Sandra Ballesteros, otra villana glamorosa y simpática que no podía menos que morir para ser escarmentada. Y no, si ni siquiera rinde la acción en estas pampas, mucho menos pensar en chicas para protagonizarla. En esta temporada lo más parecido al género acción que se ha visto en la tele fue “Los simuladores”, y allí las mujeres existen sólo para ser rescatadas de sus males congénitos: anorexia y bulimia, golpes masculinos, infidelidades varias. Si no hubieran estado los cuatro magníficos allí, ¿quién podría defendernos?
Llamativamente las mujeres más bravas son las que se ven en “Hospital público”, la tira de América que ha sabido tratar temas delicados como la violación o la violencia familiar con el respeto que merecen las escalofriantes cifras de la vida real. Médicas y enfermeras con garra sindical, que obviamente no se desmayan frente a la sangre, se hacen cargo de maridos inútiles, de deseos ardientes y miserias varias, son lo más parecido a heroínas. Pero no de ficción, de carne y hueso. Y de ésas sí que abundan en estos lares aunque sigan sin figurar en marquesinas, títulos o cuadros dirigenciales. Habiendo tantas piqueteras capaces de enfrentar los gases y las balas de la Bonaerense con gomeras y escombros, es lógico que la ficción se amilane. Después de ver a las señoras costureras de Brukman saltar las vallas de la Federal y más tarde correr como gacelas por las calles de una ciudad tomada por policías dignos de la Brasil de los hermanos Monty Phyton, ¿qué les podemos pedir a guionistas y productores? Estas superheroínas no sólo son capaces de asistir a combates desiguales, hacer slalom entre los caballos de la Montada sino también de convertir en guiso un par de huesos pelados, dormir a la intemperie en cualquier ruta o plaza de barrio, y coser sábanas para los inundados conectando la máquina eléctrica a los postes de luz de la calle. Además de mandar los chicos a la escuela, comer todo el mes con 150 lecops y otras tantas maravillas que no necesitan de aviones invisibles ni lazos mágicos para producirse. Y como si esto fuera poco contamos con nuestras propias vengadoras: la Tigresa Acuña, por ejemplo, nuestra boxeadora pionera y desafiante del título mundial el año pasado, una joven que se jacta de desmayar a hombres mano larga en plena calle (un sueño femenino que también cumple Drew Barrymoire en Los Angeles...) Pero hablando de justicieras no podemos dejar de homenajear, entre todas estas superheroínas, a Las Amazonas, esas chicas de la villa del Bajo Flores que sin saber un ápice de teoría feminista o estrategias para resistir la violencia que sobre ella descargaban sus maridos decidieron un día tomar los palos de las escobas –¡vaya brujas!—, los cucharones y otros implementos cotidianos para dárselos por la cabeza a los golpeadores y obligarlos a batirse en retirada con más eficacia que cualquier juzgado de familia. Experiencia inédita con escenas de súper acción que, garantizamos, no se encuentra en ninguna pantalla.