Vie 16.08.2013
las12

La maternidad como destino

› Por Alejandra Varela

La mujer intenta explicarse y reconoce que ante la llegada de Lyda, su primera hija, se enfrentó al desconcierto. La bebé era vista como una hermana para la joven pianista que era Martha Argerich. El documental Bloody Daughter habla de una excepcionalidad, de ese prodigio del piano que creó su propia ley, su propio tiempo, que tuvo tres hijas de tres padres distintos y pudo reconocer que no sabía muy bien de qué se trataba esa dulce y complicada tarea de ser madre.

La hija menor, que se encontraba con Martha Argerich en piyama cuando volvía del colegio a las cuatro de la tarde, no deja de estar fascinada con ella. Stéphanie la ha filmado toda su vida en un juego de roles que vuelve a la madre la niña adorada por la hija. Stéphanie acepta que su experiencia es incomparable y como el último eslabón de esa descendencia intenta ir hacia atrás, reparar, asumir el esfuerzo de comprender y construye un documental entre la proximidad casi confidencial y el desgarramiento de enfrentarse al inicio del conflicto, a la válvula que despertó la necesidad de contar.

Martha Argerich recurre al silencio como otra de las notas de su música. Por momentos parece que se mirara como a una desconocida. Hay algo de lo inexplicable frente al abandono de esa hija que tuvo con el violinista chino Robert Chen, de los años que Lyda pasó en un orfanato y del largo tiempo en el que no se hablaron.

Stéphanie genera ese espacio catártico para que Martha se encuentre con Lyda. La cámara las toma muy cerca y la pianista aparece como una mujer desconectada del mundo de los otros, su cotidianidad es extraña, la vida no es eso, dirá mientras sigue con sus ensayos y sus giras. Porque hay algo salvaje en Argerich, una voluntad que impulsa a los demás a dejarse tragar por su genio y salir de esa experiencia transformados porque su modo de vivir es una manera de cuestionarlo todo. Los rituales familiares, la vida de pareja, la maternidad misma. Argerich accede en Bloody Daughter a mostrar una escena prohibida para las mujeres, la de una libertad que puede enredarse en las formas del dolor pero que en sí misma plantea un límite, una desobediencia, una pregunta sobre los modos de vivir, sobre esas tareas que en las mujeres parecen inevitables, irreversibles. Tallar sobre ellas es algo parecido a entrar en el territorio de la rareza, a asumir la desobediencia frente el imperativo de saber. Tener un hijo y no saber, un comportamiento masculino en el cuerpo de una mujer.

Nota madre

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