› Por Roxana Sandá
Que Dylan haya hecho públicos los abusos a los que la sometió su padre veinte años después de ocurridos denota que la victimización sexual de niñas y niños, cualquiera sea el escalón social al que pertenezca, emerge todo el tiempo, sin pausa. Pero también habla del hecho tormentoso que significa ese silencio de lxs inocentes hasta que hablan, si es que alguna vez hablan, y hasta que les creen, si es que les creen. La sociedad suele quebrarse como una cáscara entre los que no toleran reconocer la existencia del abuso sexual infantil, aquellos que prefieren tapar la escoria en nombre del equilibrio familiar y los inescrupulosos que operan para desacreditar a la víctima y a quien la acompaña en su denuncia, como hizo por estos días Elkan Abramowitz, el abogado de Woody Allen, cuando dijo que “la idea de que (Dylan) era molestada fue implantada por su madre, y esa memoria nunca se irá”.
Sólo unx de cada diez chicxs que vivieron abuso relata lo sucedido. “Siempre me preguntan si chicas y chicos en general pueden mentir sobre el tema del abuso. Les digo que sí, porque si hay uno de cada diez que nos cuenta su padecimiento, hay otros nueve que nos lo ocultan”, revela la presidenta de la Asociación Argentina de Prevención del Maltrato Infanto-Juvenil (Asapmi), Patricia Visir. “Si bien sabemos que existen progenitores que maltratan emocionalmente a sus hijos impidiéndoles el contacto con el otro progenitor, es muy difícil que un chico pueda mantener en el tiempo y ante diferentes personas y contextos un falso alegato contra un adulto cercano significativo si no ha padecido tal victimización.” Psicóloga especializada en maltrato y abuso de niños/as, considera que los chicos están muy desprotegidos, “porque el pensamiento imperante es que las denuncias de abuso sexual infantil pueden ser falsas, cosa poco probable: no llegan a ser el 10 por ciento en las estadísticas mundiales. Son casos en los cuales los imputados se defienden con abogados muy costosos que apelan a estas creencias”.
El psiquiatra Enrique Stola sostiene que las víctimas hablan cuando pueden y no necesariamente cuando la Justicia o el público quieren. “Dylan ya había hablado en los ’90, cuando los hechos ocurrieron, pero no encontró reparación ni justicia, cosa que les ocurre a la mayoría de las víctimas que no pueden denunciar o que cuando lo hacen no les creen. No sabemos todo lo que esa chica ha sufrido en su vida, con esa presencia constante de su padre a nivel mediático y circulando socialmente sin condena. Ella hizo justicia por mano propia, pudo hablar y lograr una condena.”
Se sabe que reinan el miedo a las amenazas, a que no les crean, “a que le suceda algo a algún familiar –enumera Visir– y la vergüenza, al verse envueltos en una situación que tiene que ver con lo sexual, y sobre todo cuando han quedado en una situación pasiva, al no poder defenderse ante ese trauma. Por eso se sienten también culpables. Se reprochan constantemente lo padecido por no haber hablado antes, por no haber podido parar el abuso”.
Niñas y niños callan, entre otras situaciones, porque no quieren traicionar a esa persona que los abusa, “que no es cualquier persona, porque la supervivencia “de estos chicos y de las familias a veces depende de quienes los han abusado. Creen que con su silencio están preservando el equilibrio familiar. Suelen decirles cosas tales como ‘si lo contás, tu mamá se va a volver loca’. Así son alienados de su rol de niños y se transforman en cuidadores de la familia a un altísimo precio”.
Existen muchas formas de construir el silencio, tantas veces como olvido, “una represión sobre el hecho traumático que a la víctima le permite rehacer su vida”, advierte Stola, y de asentar la culpa como fantasma de plomo “que atraviesa todos los cuerpos, porque el abusador se encarga de erotizar el cuerpo de las víctimas o de instalar mensajes verbales altamente culpógenos”. Cuando el abuso parte de una persona de confianza “y a la que se le tiene mucho cariño, es más difícil hablar en su contra o denunciarla”, señala Visir. “El abuso sexual causa, sobre todo, mucha confusión. Porque el mismo que puede estar llenando de regalos a esa niña o niño, ayudándole a hacer la tarea, es quien después tiene otra cara y le está provocando daño. Esta situación tan ambigua causa mucha confusión y ambivalencia. Muchas niñas y niños que han sufrido abuso dicen que hasta cierta edad creían que era algo normal lo que les estaba sucediendo. Eso es un limitante bastante importante para decir ‘me está pasando esto’. Creyeron que era algo típico, natural y esperable en la vinculación familiar, y que en todas las casas sucedía. A medida que fueron creciendo y resignificando los hechos, tomaron dimensión real de qué fue lo que sucedió. Por eso pueden hablar ya siendo grandes.”
Sin embargo, el abuso sexual infantil es uno de los fenómenos sociales más negados “porque se practica mucho y porque es una práctica oculta”, explica el psiquiatra. “¿Qué persona reconoce públicamente sus prácticas sexuales? El abuso es altamente frecuente, llevado adelante sobre todo por los hombres, aunque hay abusadoras, y por el poder del patriarcado. A nivel mundial lo más frecuente es hija mujer abusada por el padre. El machismo no tiene sexo, pero el patriarcado sí, y es masculino.”
Lxs sobrevivientes de abuso “han luchado mucho para que la denuncia sea posible con un lapso mayor que en otro tipo de delitos y no prescriba en los términos generales. Es un delito especialísimo. Quienes lo sufren son personas que quedan discapacitadas al menos psicológicamente, y no están en condiciones de acusar y llevar a cabo todo un proceso de denuncia enseguida que esto sucede”, remarca Visir.
“Son motivos por los cuales muchísimos terapeutas y militantes de los derechos humanos pedimos que sea un delito imprescriptible, porque el dolor psíquico no puede estar atado a una ley que limite”, concluye Stola. “En el psiquismo y la espiritualidad de la víctima, el abuso no prescribe. Y es, fundamentalmente, un ejercicio de poder.”
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