FúTBOL › RIVER SE IMPUSO 3-0 A ESTUDIANTES EN EL MONUMENTAL
Y un día volvió a disfrutar
El equipo de Astrada jugó un muy buen primer tiempo, definió en ese rato un partido complicado y luego se dedicó a guardar sus fuerzas para el encuentro por la Copa. Cavenaghi, dos veces, y Salas anotaron los goles. Un verdadero espectáculo.
POR DANIEL GUIÑAZU
De pronto, surgió River. Cuando nadie lo esperaba, cuando nada permitía suponerlo, hubo una especie de magia, brotaron al mismo tiempo Montenegro y su dinámica, Coudet y su claridad, Sambueza y su habilidad, Cavenaghi y Salas con sus goles, y el Monumental fue un derroche de alegría, cantos y banderas. Apareció, por fin, el fútbol que Leo Astrada le prometió a la gente. River le ganó 3-0 a Estudiantes. Y no fue por más porque el miércoles jugará ante Libertad de Paraguay por la Copa. Bilardo debe agradecerlo. Su equipo hizo todo lo posible para que lo goleen otra vez.
Lo más notable del caso fue que los vientos de la tarde empezaron soplándole en contra a River. En los primeros 20 minutos, Estudiantes se atrevió a discutirle la posesión de la pelota en la mitad de la cancha y se la conquistó. Gelabert y Castagno Suárez cortaban y anticipaban, Sosa se le escapaba a Claudio Husain, Carrusca iba y venía por la izquierda, Farías y Maceratesi cargaban seguido contra la última línea, y a River no le alcanzaba el cuerpo para tapar tanto despliegue. Estudiantes le había rodeado la manzana. Y Costanzo le sacó un cabezazo a quemarropa a Carrusca en la jugada más peligrosa.
Pero a los 24 minutos, y cuando el partido ya era más parejo, Coudet despachó un centro desde la derecha, Salas la bajó de cabeza y Cavenaghi, con un zurdazo, le partió el arco a Docabo. No fue el primer gol “millonario”. Fue la orden que se necesitaba para que se abriera el telón y apareciera la majestad de un fútbol que, dicen, hacía rato los hinchas de River no veían y gozaban.
Montenegro fue, por fin, el conductor que, parecía, nunca iba a poder ser. Se animó a pedirla y a buscarla por todos lados, la tuvo poco, la movió mucho, no lo pudieron alcanzar y a su alrededor River se movió como si no hubiera piezas flojas. Pero, además, el “Rolfi” tuvo quien lo acompañe. Coudet jugó e hizo jugar como para que los silbidos –que no hace mucho recibió– se conviertan en generosos aplausos. Sambueza le adosó efectividad a su habilidad a menudo mortífera. Y Cavenaghi y Salas dieron una clase práctica de cómo dos goleadores pueden jugar sin superponerse ni robarse protagonismo el uno al otro. Cuando Cavenaghi bajaba a buscar la pelota, Salas iba de punta. Cuando el “Matador” se retrasaba, el “Torito” se quedaba arriba aguantando a los stoppers de Estudiantes. Si uno iba por adentro, el otro por afuera. Tan generosos fueron los goleadores de River entre sí que, a los 40 minutos, Cavena-ghi le sirvió al chileno su gol del reencuentro. El “Torito” la tocó por un lado de Fabbri, Salas la fue a buscar por el otro y, con sutileza, definió de zurda cambiándole el palo a Docabo.
El único cargo que puede hacérsele a River es no haber seguido desparramando belleza en el segundo tiempo. Pero hay que comprenderlo. El miércoles jugará por la Copa y no tenía sentido exagerar el esfuerzo tratando de ganar un partido que ya estaba ganado. Estudiantes estaba entregado en lo anímico y en lo futbolístico, impotente para dar vuelta un trámite que lo pasó por encima. Pero River decidió guardar rollo. Perdió movilidad, presión, decisión y precisión porque nadie fue lo que había sido. Salió Salas bañado por la ovación de la gente, entró Sand, se fueron Sambueza y Coudet, ingresaron Luis González y Gabriel Pereyra, pero el partido ya era un trámite que ni siquiera pudo rescatar el último gol de Cavenaghi. Si River hubiera mantenido aquel nivel, la goleada, inapelable, implacable, hubiera caído por su propio peso y la fiesta hubiera sido redonda, completa. Como se dio por conforme mucho antes del final, el 3-0 pareció poco, casi un precio de ocasión para un Estudiantes que estuvo de oferta.
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