FúTBOL › BOCA SUFRIO SU SEGUNDA DERROTA CONSECUTIVA EN EL CLAUSURA
Anda mal de la cabeza
Como River una semana atrás, Quilmes abrió el camino de la victoria cabeceando en el área chica del equipo de Bianchi. En dos llegadas anotó dos goles y después defendió el resultado con una pizca de heroísmo. El partido corrió riesgo de suspensión, lo que alentaron los dirigentes boquenses, a causa de la lluvia.
Por Juan José Panno
Boca, que anda con el cuerpo todavía machucado por la derrota de la semana anterior en el superclásico, recibió un nuevo cachetazo en la cancha de Quilmes. Matemáticamente todavía tiene esperanzas en el Clausura, pero la Libertadores le viene fenómeno como excusa de su andar bamboleante con titulares o suplentes. “Tenemos la cabeza puesta en la Copa, que es lo que más nos interesa”, puede decir cualquiera de los integrantes del plantel, interpretando el sentimiento generalizado del hincha, pero en el fondo no deja de ser una excusa/consuelo. Porque lo cierto es que ni a Bianchi ni a los jugadores ni a los hinchas les gustó ni medio perder este partido. Mucho menos después de haber celebrado el empate de River ante Chacarita.
Y si a Boca realmente no le interesara para nada este campeonato, no habría presionado como lo hizo para que se suspendiera el partido, amparado en el mal estado de la cancha. El terreno, en realidad, estaba en condiciones, y Quilmes, además, tenía muchísimas ganas de jugar el encuentro. Precisamente esas ganas, ese entusiasmo, esa voluntad de no dar por perdida ninguna pelota, resultaron factores clave para que el equipo que conduce Gustavo Alfaro se alzara con una victoria indiscutible.
Con un esquema sencillo, metiendo mucho, favorecido por los charcos que impedían el traslado fluido en la mitad de la cancha, Quilmes cumplió cómodamente la primera mitad del libreto y completó su obra en el primer tiempo con el aprovechamiento integral de las oportunidades de que dispuso.
En el primer gol, Leandro Benítez mandó un centro pasado desde la izquierda y Gerlo, que se había desprendido de la marca de Crosa, cabeceó casi desde abajo del travesaño. Cuando Wilfredo Caballero pegó el manotazo la pelota ya estaba dentro del arco. Pasa demasiado seguido en los últimos tiempos eso de que a Boca le hagan goles de cabeza.
En el segundo gol, Garnier mandó un centro desde la derecha y Barbosa, en su afán de anticiparse al Chupa López, puso la pierna y desvió la pelota, descolocando a Caballero.
Dos llegadas, dos goles, ciento por ciento de efectividad. De juego, Quilmes había mostrado poquito: la salida prolija de Saavedra, algunas pinceladas de Benítez y Garnier. Suficiente para merecer la ventaja, aunque el 2-0 parecía exagerado. En el segundo tiempo limitó sus posibilidades de partir en contraataque rápido y liquidar el partido porque concentró su energía en cerrarle los caminos al rival y defender con esfuerzos rayanos con el heroísmo. Boca, sin jugar bien, pero con mucho amor propio, mejoró con la entrada de Estévez y tuvo por lo menos cuatro llegadas para alcanzar el descuento, que bien pudo haber cambiado la historia de este partido. No se le dio porque fallaron Barijho, Crosa y Colautti en la definición, y porque Pontiroli no cometió errores.
Carrario pudo poner el moño en un veloz contraataque de gol que tapó Caballero, pero ya a esa altura a los hinchas del cuadro local no les importaba demasiado y sólo esperaban el pitazo final para descargar la alegría por la cuarta victoria consecutiva, y sobre todo por haber volteado a otro muñeco de los grandes.