Lun 11.04.2005
libero

FúTBOL

Modelo de jugador

Santiago Solari se destaca menos por jugar siempre los últimos minutos con el Real Madrid, como ayer ante el Barcelona, que por sus gustos: leer El Quijote, visitar el Museo del Prado o usar zapatillas. Lo que no le gusta, justo a él que tiene una pinta bárbara, es la moda. “¿La elegancia? La elegancia es ir cómodo”, asegura.

Por Diego Torres *

Todavía no ha sucumbido al marquismo que fascina a algunos de sus compañeros de equipo. Le gusta reírse y usar zapatillas, pero, puesto a ser modelo, lo tenía claro: “Prefiero algo que nunca me pondría”. Santiago Solari siente que una chaqueta de Versace está vulnerando sus derechos fundamentales. “¡Parezco un New Kid on the Block!”, se queja. La estilista Renée López de Haro actúa como si no lo oyese muy bien. Un maquillador le unta el pelo con un gel brillante. Protestas. Pero es demasiado tarde. “¡Crack!” El fotógrafo le está disparando, caracterizado como una estrella prefabricada del pop. Justo a él, que ha suscripto un pacto de lealtad con los Rolling Stones, Smashing Pumpkins, Massive Attack, Radiohead, un poquito de Chopin y Astor Piazzolla.
A Santiago Solari le gusta reírse mucho y usar zapatillas. Es un caso raro. Lleva cinco años en el Real Madrid y todavía no lo atraen los Porsche 4x4, ni los zapatos de Prada, ni las chaquetas de Dolce y Gabbana... Un caso raro. Conducirlo a un estudio para hacerlo posar como modelo parece un trámite antinatural.
Sin embargo, Solari acudió. Fue en parte inducido por su sponsor Adidas. Entró al estudio y, puesto a elegir qué ponerse, su criterio dictaminó una falta de convicciones estilísticas que son parte de un estilo. “Quiero ponerme algo que me haga reír”, dijo. Eligió unas zapatillas Titán, diseñadas en 1972 para las pruebas de medio fondo de los Juegos Olímpicos de Munich, unos pantalones blancos y una gabardina azul turquesa.
¿Qué es la elegancia? La pregunta se descolgó como un gato de las mismas paredes del vestidor en el que Solari revolvía una montaña de ropa nueva. “La elegancia –reflexionó– es ir vestido acorde a la situación. Es ir cómodo. Si no estás cómodo, si te pasás el tiempo acomodándote la corbata o abrochándote los pantalones, entonces no estás elegante. Ir al estadio de etiqueta no tiene sentido. Yo he visto mujeres que van con tacos altos a la playa... ¿Usted las ha visto?”
Este modelo improvisado es zurdo, nació en 1976 y tiene contrato con el Real Madrid hasta junio del 2009. El contrato lo hace feliz porque, además de jugar en un club importante, vivirá en una ciudad en la que se siente como en casa y a la que llegó en enero de 1999. Procedía de River y el primero en ficharlo fue el Atlético de Madrid. Cuando llegó al club del Manzanares, un periodista lo persiguió para sacarle unas palabras exclusivas, en la víspera de su presentación. Le preguntaron por el libro que estaba leyendo y dijo: El Quijote.
Nunca se sabrá si aquella respuesta fue un mensaje político, un embuste o una verdad como un templo. Lo cierto es que Solari es un personaje particular. Un jugador animoso, con buen disparo, capaz de asociarse hasta con un defensor contrario para tirar una pared, y capaz de ir corriendo al hotel donde vive su entrenador de turno para pedirle por favor que no se vaya. ¿Qué jugador se comportaría con semejante candor? Esto hizo Solari cuando se enteró de que Claudio Rainieri, entonces técnico del Atlético, estaba dejando el club durante la crisis que lo llevó al descenso, en mayo del 2000.
Durante sus primeros cinco años en Madrid residió cerca del Retiro. Para el gremio de los futbolistas, vivir en la trastienda del Museo del Prado resulta insólito. Un día, Solari comentó que le gustaba visitar el museo. A partir de entonces, cada vez que lo entrevistan, además de preguntarle por Luxemburgo, Queiroz y Camacho, le preguntan por Velázquez, Goya, Rafael, El Bosco y Van der Weyden.
Desde hace más o menos un año, Solari se ha convertido en una especie de ídolo alternativo. Allí donde Beckham pierde la pelota, Solari hace una gambeta. Allí donde Zidane se fatiga, Solari echa una carrera. Allí donde Figo falla el tiro, Solari remata al gol. Para una hinchada que da síntomas de hartazgo galáctico, el rosarino se convirtió en una especie de símbolo contestatario. El nexo con una época perdida de futbolistas que eran sólo futbolistas.Bajo la jurisdicción de la estilista, el maquillador y el fotógrafo, el jugador se deja llevar procurando no perder el humor. El fotógrafo le manda sentarse en un sofá y, muy serio, le dice: “¡Haz una mirada seductora!”.
De pronto, el modelo que no es modelo siente la llamada de lo salvaje. “¿Tienen una pelota? ¡Quiero una foto con una pelota!”, dice. Con el balón ya en su poder, Solari corretea descalzo por el estudio. Deja ver los dedos de los pies aplastados, algunos sin uñas. “De vez en cuando, las uñas se me caen”, dice. Con tanto golpear la pelota, tanto correr, tanto recibir pisotones durante once meses al año, los futbolistas tienen los pies intratables.
¿Y qué es la moda? Otra pregunta que deja inquieto a Solari. “¡El mundo de la moda es muy difícil, viejo!”, exclama. “Si tengo un traje blanco, sólo lo puedo llevar de día y siempre que sea verano; si tengo uno negro, sólo me lo puedo poner de noche... ¡Y las texturas! ¡No se puede combinar cualquier textura...! Seguir la etiqueta es algo prácticamente imposible.”
A la hora de calzarse no se pone zapatos ni a tiros, pero admite que en su casa tiene dos pares, uno para invierno y unos mocasines para verano. También asegura que “para firmar un contrato”, o “para ir donde hay abogados”, se siente cómodo usando corbata. La ropa le resulta más o menos indiferente y suele inclinarse por el chándal. Ante la elección obligada, descarta una americana de lana fría, a rayas de colores, de Versace. Prefiere una chaqueta de cuero de Valentino.
* Especial de El País de Madrid.

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