Lun 05.09.2005
libero

FúTBOL › LA HISTORIA SECRETA DE LA CONTRATACION DE MERLO EN RIVER

Vino Mostaza, y lo más panchos

El presidente Aguilar quería a Marcelo Bielsa, pero ya había recibido una negativa. Passarella no era opción, mucho menos Ramón Díaz. Se pensó en otra dupla, con Jorge Ghiso y Héctor Pitarch, pero al final el presidente y su alter ego Mario Israel decidieron que la mejor opción para volver rápidamente a la normalidad era Reinaldo Carlos Merlo.

› Por Gustavo Veiga

La contratación de Reinaldo Merlo es hija del apuro y poco tiene que ver con la adhesión a su estilo de juego. Los principales dirigentes de River necesitaban “mover rápido” –ésa fue la expresión que utilizaron– y transformar prontamente en historia antigua el 1-4 con Banfield de hace una semana. El desaguisado cometido en el caso Ameli también fue producto del mismo apresuramiento con que se eligió al sucesor de Leonardo Astrada. Su ciclo, se veía venir, terminaría más temprano que tarde. Esta es la trama secreta de la llegada del único técnico con estatua propia, que venía detrás de Marcelo Bielsa en las preferencias del presidente José María Aguilar, aunque su fuerte identificación con el club terminó por posicionarlo primero. De la movida relámpago que lo colocó en menos de 24 horas en el cargo, dependerá, en buena medida, el futuro político de una institución que empieza a recalentarse camino hacia las elecciones de diciembre.
El lunes 29 de agosto, a las 9, Aguilar y Merlo acordaron que se reunirían una hora después en el departamento de Belgrano donde vive el entrenador. Esa misma mañana, los medios reflejaban en sus portadas la renuncia de Astrada y la llegada de Boca a la punta del campeonato. Dos hechos simultáneos que, potenciados entre sí, precipitaron la decisión de ir por Mostaza, el condimento que hacía falta en la ensalada que River tenía a esa altura.
El presidente y el técnico, acompañados por Mario Israel, una especie de alter ego del primero, convinieron rápido las condiciones de trabajo y el monto del contrato. Sólo hubo un instante de cierta tensión en el encuentro, cuando Merlo le preguntó a Aguilar si realmente lo quería por convicción o para tapar un agujero. La respuesta de ocasión dejó tranquilo al interesado.
Todo lo que siguió después tuvo que ver con temas solucionables. Los dirigentes sabían cuánto dinero ganaba el DT en Estudiantes y ese monto no se alejaba demasiado de lo que cobraba Astrada. Además, René Daulte, el ayudante de campo, no implicaba un desembolso tan alto como el que generaba la presencia de Hernán Díaz en el mismo cargo y los profesores Héctor Castilla y Felipe Cazau, juntos, estarán por debajo de lo que percibía Gabriel Macaya. La duración del contrato tampoco resultó un problema. Se arregló por un año, aunque no coincida con la finalización de la temporada 2005-2006.
El martes 30, Merlo, presentado en una conferencia de prensa, decía que “River es Deportivo Ganar”, que esperaba llevarlo “al lugar que se merece” y Aguilar sentenciaba que su arribo “nada tiene que ver con una cuestión política o electoral”. Al día siguiente, el presidente viajaba a Río de Janeiro a pasar diez días de vacaciones con su familia, y el flamante entrenador se hacía cargo del plantel en el estadio Monumental. Todo parecía ubicado en su sitio, pero no...

El mal del Coco
La marginación de Horacio Ameli, basada en razones privadas y que Astrada había determinado cuando River quedó eliminado de la Copa Libertadores con el San Pablo, todavía genera efectos negativos en el presente. En aquel affaire co-protagonizado con Eduardo Tuzzio, la mayoría del plantel respaldó a este último, hoy en el Mallorca de España. Sin embargo, los dirigentes insistieron con mantener en el plantel a los dos castigados. “Creo que, con el tiempo, les levantarán la sanción”, dijo convencido Aguilar hace un par de meses.
Su opinión tenía el rango de una sugerencia que no fue tomada en cuenta por el técnico anterior. Ocurre que Ameli todavía debe cumplir dos años de contrato, al club le costó una millonada repatriarlo desde el América de México y el defensor, de ser un referente, pasó a entrenarse con los juveniles. O sea, el jugador se deprecia en su valor. Con la llegada de Merlo, los dirigentes creyeron que todo se encaminaba. Y más cuando le escucharon confesar en el living de su departamento: “Yo los quiero a todos”.
El técnico blanqueó esa idea en la conferencia de prensa del día siguiente. Ante una pregunta que caía de maduro sobre el futuro de Ameli y Oscar Ahumada (otro marginado por Astrada), respondió: “Arrancan todos de cero, por supuesto”. Marcelo Gallardo, que seguía la presentación del DT por la televisión, se encendió como una mecha. Esa misma noche lo llamó a Merlo y le adelantó que Ameli no era bienvenido de nuevo. El ascendiente sobre sus compañeros afuera de la cancha lo puso en la condición de vocero que ahora los directivos cuestionan.
El Muñeco, ungido en fiscal de la moral del grupo, se salió con la suya. Ameli deslizó una puteada, Merlo quedó descolocado por el pedido del plantel y los dirigentes apenas comentaron que se había mandado “una pequeña macana” al anunciar la amnistía para el zaguero. El modo de resolver el conflicto resultó lamentable. Y Gallardo quedó como el adalid de una causa honorable, después de que un año antes había arañado en la cara a Roberto Abbondanzieri ante 60 mil espectadores en la Bombonera y dejado a su equipo con diez jugadores en un partido clave.
Aquel episodio de la semifinal con Boca por la Libertadores del 2004 y la traición que se le atribuyó a Ameli un año más tarde, aunque ubicados en una dimensión diferente, contribuyeron a dos fracasos sucesivos en la Copa, el torneo más esquivo y deseado para el hincha de River.

La búsqueda del Loco
La renuncia de Astrada en el vestuario de Banfield descolocó a Aguilar, quien lo respaldaba casi en soledad. Al entrenador ya se lo cuestionaba desde aquella eliminación por penales con Boca en el Monumental, y a Hernán Díaz, su fiel ladero, mucho más. No obstante, la dupla tomó aire gracias al apoyo del presidente, que se reiteró una y otra vez. Incluso, a riesgo de parecer sobreactuado. Por eso, el máximo dirigente de River se siente decepcionado. Y reaccionó con la rapidez de un bombero que se desespera por apagar un incendio para no quedar bloqueado y a merced de sus opositores (ver recuadro).
Sólo así se entiende porque en menos de doce horas (las que median desde la noche del 1-4 con Banfield a las 9 del lunes) decidió ofrecerle a Merlo la conducción del plantel. Está convencido de que se inclinó por la opción menos traumática, la que implicaba menos negociaciones y la más a tono con la actualidad de River. “Era el mejor para los jugadores que tenemos”, se justificaron en el entorno de Aguilar. Pero algo no cerraba en esa elección, más allá de los pergaminos del elegido y de su sólida trayectoria en el club como futbolista.
El presidente niega bajo juramento que haya intentado contratar a Marcelo Bielsa, aunque se sabe que el ex técnico del seleccionado nacional era su preferido para el cargo. Por eso, hace un tiempo mantuvo una conversación informal con un prestigioso periodista que es amigo personal del rosarino. Y le preguntó si Bielsa estaría de acuerdo para trabajar en River a partir de enero. Ese es el indicio más concreto de que Astrada no iba a continuar aunque lo hubieran acompañado resultados favorables.
La rectitud de procedimientos que se le atribuye a Bielsa hubiera impedido cualquier diálogo ahora, aunque en Rosario circula la versión de que el contacto con el entrenador se plasmó en la persona de Javier Torrente, uno de sus más estrechos colaboradores. River le habría ofrecido la dirección del plantel profesional y recibió una respuesta negativa. Aunque no en los duros términos con que el técnico rechazó una propuesta semejante de Boca tras la ida de Jorge Benítez. Hoy, quienes dicen haberse cruzado con Bielsa en algún encuentro fugaz, se toparon con alguna sorpresa. El técnico se dejó crecer una barba tupida, está más gordo y se mantiene tan hermético como siempre. Eso sí, volvería a dirigir en el momento menos pensado, pero en el extranjero. Otros técnicos que a menudo se observan en el firmamento de River porque forman parte de su exitoso pasado, nunca estuvieron en la mente de Aguilar e Israel, los dos hombres que definen el trazo grueso de la política. Ramón Díaz sigue en una especie de interdicción. Además, su arribo hubiera sido una derrota personal para el presidente. La búsqueda de Daniel Passarella tampoco les ofrecía ventajas palpables: algunas declaraciones recientes del Káiser molestaron al presidente y su coqueteo con Boca en otros tiempos le pateaban en contra. Por último, sí se pensó en la alternativa de una dupla formada por Jorge Ghiso y Héctor Pitarch, dos entrenadores de la casa, pero se optó por las espaldas más anchas de Mostaza Merlo.
Los dirigentes, socios e hinchas deberán convencerse de que, paso a paso, un estilo forjado en los antípodas de sus gustos futbolísticos bien puede servir para arreglarse con lo puesto. Que en River siempre significó presumir de tener los mejores jugadores aunque, esta vez, nadie se atrevería a decirlo en voz alta.

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