FúTBOL
Armando a Messi
› Por Juan José Panno
A los diez minutos de iniciado el partido de Paraguay y Argentina, un ansioso relator de la televisión, un poquito en broma y mucho en serio, pidió el ingreso de Lionel Messi. Ya en el segundo tiempo, con el 1-0 casi clavado, empezó a reclamar con insistencia. Los argentinos que estaban en el Defensores del Chaco también le exigieron al entrenador el ingreso de la nueva estrellita. Hinchas al fin, quienes lo veíamos por TV también deseábamos la entrada del pibe, mientras las cámaras enfocaban el calentamiento, ignorando por completo a los demás suplentes. José Pekerman terminó respondiendo al sentimiento generalizado, al imaginario colectivo que hacía creer que Messi agarraba la pelota, empezaba a gambetear paraguayos desde la mitad de la cancha a lo Maradona y definía con un toque cruzado ante la salida de Villar.
Messi casi no la tocó. Metió un buen pase al costado para D’Alessandro en una jugada que no terminó en nada, se le escapó una pelota que luego peleó, recuperó y enseguida volvió a perder y nada más. Eso fue todo. Tampoco podía esperarse demasiado por el poco tiempo que estuvo en la cancha y por las circunstancias en las que se enmarcaba el partido. Ya en frío, sin micrófonos de periodistas, ante la inapelable mirada del espejo, José Pekerman debió haberse preguntado: “¿Hice bien en ponerlo al pibe?
¿No le habré dado demasiada responsabilidad? ¿No habré sido demasiado permeable? ¿No era mejor guardarlo para un partido más tranquilo?”.
La pregunta del millón es cómo se hace para llevarlo de a poquito y no meterle presión. La respuesta –sabe muy bien Pekerman– no es sencilla. Messi tuvo una actuación deslumbrante en el Mundial de Holanda, se destacó nítidamente entre sus compañeros, fue el mejor jugador del campeonato y el goleador, y se perfiló como la gran figurita del futuro inmediato.
Rápida, presurosamente, con la misma ansiedad del relator que lo pedía el sábado, empezaron a trazarse paralelos con Maradona y mucho más cuando su debut internacional se produjo ante el mismo rival: Hungría. A Pekerman se le debe haber cruzado por la cabeza la imagen de Menotti que lo dejó afuera a Maradona en el ’78, lo que nunca se le perdonó a pesar de que Argentina ganó ese mundial.
Messi, debe recordarse, tiene flamantes 18 años (nació en Rosario el 24 de junio de 1987) y más partidos internacionales con el Sub-20 que oficiales en el Barcelona de España, el club en el que juega desde los 13 años.
Las biografías más apretadas cuentan que, cuando recién había terminado el primario y medía menos de un metro y medio, sus padres se fueron a vivir a Cataluña y lo llevaron a una prueba en el Barcelona. Carlos Rexach lo aceptó enseguida. Jugó en la filial del club hasta que en la temporada pasada lo empezaron a meter de a poquito en algunos partidos. Si se suman todos los minutos, no llega a completar una hora y media. El único encuentro que jugó casi íntegramente fue hace poco en la Copa Joan Gamper en el Barcelona, contra Juventus. La secuencia de sus partidos oficiales entre mayores queda, entonces, así: varios pedacitos de partidos ya definidos por la Liga española, un par de la Champions League y un minuto contra Hungría (hasta que lo expulsaron injustamente).
Con este currículum, con estos únicos antecedentes, Pekerman lo mandó a la cancha a los 35 minutos del segundo tiempo del partido en el que Paraguay se estaba jugando la clasificación para el Mundial y ganaba por 1-0 a un rival que estaba en la cancha con uno menos. No eran, por cierto, las mejores circunstancias para el bautismo internacional. ¿O acaso el pibe Messi puede esquivar la idea de que lo pusieron para salvar un resultado? Se supone, en definitiva, que las condiciones ideales se podrían dar mejor en la próxima fecha, cuando Argentina se enfrente a Perú –ya eliminado– en Buenos Aires.
No debe ser fácil estar en la piel del técnico. Haga lo que haga, será cuestionado. Porque lo pone, porque no le pone, porque tarda mucho en ponerlo, por lo que sea. Es más: a Pekerman se le va a criticar el manejo de la situación si el chico no resulta como se viene soñando un nuevoMaradona. A los brasileños les pasó muchas veces después del retiro de Pelé: a cualquier figurita que surgía se le adjudicaban condiciones de heredero. Y sólo lograban perjudicarlo con la comparación al jugador de moda. Por acá subyace la idea de que ha aparecido por fin el sucesor de Diego. Por suerte todo esto ocurre en un momento en que el verdadero Maradona está pasando por un buen momento y es un mito vivito y coleando con el que se puede establecer cotidianos contactos en la tele. Si Maradona estuviera hoy como hace seis o siete meses, la cabeza de Messi se empezaría a llenar de rulos y la mamá pasaría a ser la Tota ante la mirada de los otros.
Messi, lo demostró entre los juveniles, es crack, tiene un enorme talento, es inteligente, habilidoso, va al frente, es capaz de ponerse el equipo al hombro, no se esconde, aparece en los momentos en que más se lo necesita, tiene un pique corto impresionante, y a pesar de que no posee un físico privilegiado (mide 1.69, pesa 67 kilos) se la banca. Y además es zurdo: se las arregla con la derecha, pero básicamente es zurdo. Tiene todas las posibilidades para demostrar su calidad en el primer nivel. Sólo se tratará –nada más y nada menos– de ayudarlo, acompañarlo, cuidarlo, protegerlo, darle el marco adecuado y quitarle presión para que pueda mantener su frescura. Y para que, Diego al margen, se vaya armando solo.