Lun 05.09.2005
libero

FúTBOL › OPINION

Preocupa la Pisada de Dios

› Por Facundo Martínez

La derrota de la Selección Argentina en Asunción resultó dolorosa. No porque comprometiera el futuro inmediato del equipo, ya clasificado para el Mundial, sino por los muchos frentes que, al parecer, dejó abiertos con su flaca actuación. Se dijo que fue el peor partido de la Selección desde que la maneja José Pekerman, de lo que está por cumplirse un año; que el equipo perdió confianza; que seguramente afectaron los repetidos cambios de jugadores; que tardó en poner a Messi; que el pibe no debió haber entrado; que a Farías lo quemaron con tanta responsabilidad; que Riquelme está y no en eso de conducir; que Heinze debería ser un poco más sabio y no perder tan fácilmente la paciencia; que el Mundial –en su versión monstruo grande– está demasiado cerca y entonces el asunto es preocupante. En fin, es larga la lista de lugares comunes. Y además se sabe que no hay mejor momento que éste, el de la caída, para que todos digan, sin anestesia, lo que quieren decir.
Resulta ahora que la línea del fondo, con Ayala por la derecha, Coloccini en el centro y Heinze por la izquierda, fue un verdadero desastre, presa de la desorientación. Y que hubiera sido mejor que Coloccini marcara sobre el lateral. Es cierto, pero ahí está el ensayo de Pekerman. No que Ayala cierre por la derecha sino que Coloccini lo haga por el centro, aprovechando para la prueba la rapidez y movilidad de los delanteros paraguayos, su buen juego aéreo. Otra cuestión es el nerviosismo de Heinze, que le costó la expulsión. Debería preocupar al jugador y al técnico el hecho de otorgar ventajas innecesarias.
En cuanto a la labor de Abbondanzieri, quedan intervenciones muy positivas para un puesto tan complicado y, a la vez, codiciado. En el gol no tuvo responsabilidad: fue excelente la definición de Santa Cruz. Previo al gol, a medida que la defensa iba mostrando su vulnerabilidad, el arquero de Boca había respondido bien, luciéndose ante una serie de ataques sucesivos; y después no desentonó y dio bastante seguridad. Parece difícil que pierda el puesto si continúa en esta forma.
En la tenue producción de la línea media quedó atrapado el ahora grave asunto del equilibrio. La inclusión de Zabaleta, quien dio pruebas de no haberse entendido bien con Ayala, tuvo que ver en parte con esto. El resto fue responsabilidad de Riquelme y compañía, quienes no consiguieron asociarse para manejar la pelota y ensamblar el juego con los delanteros. Tampoco consiguieron sumar en la ofensiva y ayudar a romper la defensa del equipo de Aníbal Ruiz. Pero esta responsabilidad es limitada o, mejor dicho, acotada a un partido, que es lo difícil de ver cuando se respiran tantos aires de superioridad. Quizás ayude en esta “crisis” desatada el sábado recordar que, con excepción de Cambiasso, los demás integrantes de la línea formaron el mediocampo que le sacó brillo al césped del Monumental frente a Brasil, hace tan sólo tres meses.
Y qué decir del sufrimiento de los delanteros: Farías, que sorprendió arrancando como titular (y no se diferenció mucho de su presente riverplatense; eso sorprende menos) y Delgado, que no encontró en Farías al socio ideal que puede tener con un Crespo o un Figueroa.
Fue sólo un partido malo. Aunque para Paraguay sea su “primera victoria” en Eliminatorias frente a Argentina. Una derrota zonza en un partido en el que se ensayaban variantes, porque para Argentina, que quede claro, no había nada en juego.
Hay, sin embargo, un tema preocupante. La Pisada de Dios. Que va de la mano del exitismo y la trampa, de cuestiones tanto más oscuras que una derrota. El autor de esa acción, que consiste en pisarle las espaldas a los rivales previamente derribados, es Coloccini. La había patentado en la Copa de las Confederaciones, frente a México; la repitió ayer con el pibe Haedo, con intención de amedrentarlo para que no se le ocurriera jugar al fútbol. Corresponde al técnico observar esas actitudes de sus jugadores y, por supuesto, desalentarlas. Porque siempre duele ver perder al equiponacional, pero más doloroso aún es verlo sucumbir frente a su propio estilo, lejos de la picardía y cerca de la brutalidad.

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