Lunes, 13 de febrero de 2006 | Hoy
FúTBOL › OPACO CLASICO PLATENSE
Treinta y cinco mil personas fueron testigos de la curiosidad: un clásico en el estadio único de La Plata. Empataron 1 a 1. De fútbol hubo muy poco. El Lobo empujó más, pero no le alcanzó para imponerse.
Ya está. Sucedió lo que muchos quisieron que nunca sucediese. Gimnasia y Estudiantes jugaron, por fin, su primer clásico en el estadio Ciudad de La Plata. Y no hubo nada que enturbiase la fiesta, por más que los hinchas de Estudiantes llevaron camisetas, globos y pancartas negras para dar testimonio de la molestia que les causaba visitar esa cancha. Sólo por eso esta tarde de verano quedará en la historia. Por lo demás, el marco se devoró a los dos cuadros y todo lo que pasó fue irrelevante, futbolísticamente prescindible, rápidamente descartable.
Hay culpas concurrentes en la pequeñez del espectáculo a la que el 1-1 final le cae redondo. Gimnasia porque tiene poco para dar y porque no puede recuperar el fútbol que Lucas Lobos se llevó consigo a Cádiz. Y Estudiantes porque jugó como si guardara rollo en el carretel. Dio lo estrictamente necesario y nada más. Gimnasia vivió el partido con más intensidad y empujó más. Pero hizo lo suyo a puro pelotazo y desorden. Estudiantes fue más pulcro y ordenado. Pero reguló cada uno de sus pasos y entregó toda la impresión de que pudo haberse llevado los tres puntos si no se hubiera creído tanto y tan pronto su condición de visitante.
A los dos les costó sostener en el tiempo sus momentos de dominio. Gimnasia hizo buenos diez minutos iniciales con las subidas de Cabrera por la derecha y de Licht por la izquierda. Pero cuando Estudiantes se afirmó en el medio con el aporte principal del despliegue de Cardozo, el trámite primero se emparejó. Y después del gol de Carrusca (una pelota bien puesta por Calderón a espaldas de San Esteban que el goleador resolvió parándola con el pecho y definiendo de zurda) directamente se hizo favorable para el equipo de 1 y 57. Pavone y Diego Galván pudieron haber aumentado en dos escapadas. Pero se apuraron y lo dejaron vivo a Gimnasia con toda su confusión a cuestas.
Estudiantes no insistió con su presión en el segundo tiempo. Burruchaga le ordenó a sus cuatro volantes que se juntaran más con su defensa, y supuso que de contrataque podría resolver la cuestión. Se equivocó: Gimnasia pisó fuerte, le volcó encima toda su pujanza (y sus limitaciones), le llenó el área de pelotazos frontales y cruzados y en uno de esos, un cabezazo de Herner provocó la igualdad. El equipo de Troglio buscó un rato más. Pero sus problemas para darle a la pelota un manejo criterioso pronto lo convencieron de que el 1-1 era lo mejor (y casi lo único) que el clásico podía depararle. Recién en el último cuarto de hora, Estudiantes aflojó sus cuidados y recuperó soltura y pretensiones. Pero una media vuelta de Calderón que se fue por arriba del travesaño, fue su única aproximación a Navarro Montoya, mientras la tarde histórica, terminaba desbarrancada en lo más hondo del olvido. En silencio. Sin fútbol.
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