Los hinchas de Gimnasia y Estudiantes vivieron sin grandes algarabías, con silenciosa resignación, el primer clásico de la historia en el estadio Ciudad de la Plata. Mas allá de la mayor comodidad que significó para los 35 mil espectadores que un partido tan importante se disputara en el escenario deportivo más moderno de la Argentina, no se percibió en la gente esa excitación que suele darse cuando se abre una cancha nueva, a la que todos quieren ir y en la que todos quieren jugar.

Los de Estudiantes hicieron más patente su fastidio. Llevaron globos, banderas y camisetas negras para demostrar que no los hacía felices estar donde estaban. Tanto es así que los partidos por la Copa, el equipo de 1 y 57 hará de local en la cancha de Quilmes o bien en la Bombonera. Los dirigentes, con el presidente Eduardo Abadie a la cabeza, hicieron saber su molestia con la cantidad de entradas que Gimnasia les entregó (11.000 generales y 1300 plateas, todas agotadas) y con que el operativo policial, personalmente armado por Mario Gallina, titular del Comité Provincial de Seguridad Deportiva, haya dispuesto un amplio pulmón entre la cabecera y el sector de plateas de los visitantes que, de haberse habilitado, le hubiera posibilitado una mayor concurrencia.

Los de Gimnasia, por su parte, aunque fueron mayoría, tampoco demostraron entusiasmo. Los socios y los hinchas consultados por las radios platenses criticaron otra vez la decisión del presidente Juan José Muñoz de jugar todo el campeonato en ese estadio y ratificaron que harán todos los esfuerzos posibles para forzar un cambio en esa determinación. Fuera de eso y de los lógicos contratiempos que implicó el partido, la tarde transcurrió con normalidad. Sin incidentes, pero sin más alegría que la que el clásico provoca por sí mismo.