FúTBOL › LOS REVELADORES NUMEROS DE LA VIOLENCIA FUTBOLERA
Estadísticas a patadas
Mientras se ventilaban sin pudor las ofertas de incentivación y la buena disponibilidad para aceptarlas; mientras se conocían pormenores de la emboscada que agredió a los bolivianos del Bolívar camino a La Plata; mientras el fútbol doméstico daba una vez más prueba de su enfermedad, la posibilidad de conocer la pesada estadística de la tarjetería referil daba nueva perspectiva al tema de la violencia futbolera.
Por Gustavo Veiga
Acaso los futbolistas no lo sepan. O ni siquiera computen que la violencia provocada por ellos durante el juego alimenta, año tras año, una estadística. Cuando discurren sobre la conveniencia o no de aceptar unos billetes para poner más empeño en ganarle a un rival, cuando esa cuestión se torna central en el desenlace de un campeonato, quizá no registren una cosa: la aceptación abierta de la incentivación, penada por el reglamento, no es el único dato preocupante del que dejan huellas indecorosas. En la temporada 2001-2002, la última de la que se posee un inventario completo, los árbitros amonestaron 1937 veces a jugadores de Primera División. Sobre un total de 380 partidos disputados a lo largo de 38 fechas, esa suma significa un promedio de 5,09 amonestados por encuentro. Una muestra de que las sanciones de ese tipo, aunque disminuyeron ligeramente con respecto al período 2000-2001 (hubo 2009 y un promedio de 5,28 por partido), se mantuvieron más o menos igual. Otro tanto sucedió con los suspendidos: 181 contra 157 de la temporada que finalizó a mediados de este año.
Estas cifras están contenidas en la memoria del Tribunal de Disciplina de la AFA conocida el mes pasado y constituyen apenas una pequeña porción de la otra violencia, aquella que casi no se ve. La que se torna un juego de niños cuando se la compara con el ataque premeditado e impune al ómnibus que conducía al Bolívar de La Paz hacia La Plata para disputar un partido por la Copa Sudamericana contra Gimnasia o los balazos disparados contra automóviles y casas de los futbolistas de Quilmes, porque cosecharon un par de malos resultados. El fútbol, como un espejo de la sociedad que lo contiene, no acierta con el antídoto contra estas expresiones de la sinrazón y sólo apunta estadísticas de lo que acontece adentro de una cancha. Por eso, los jugadores son los únicos que reciben, en ocasiones, rigurosos castigos, los clubes ingresan en un ranking de amonestaciones que semejan las de la escuela secundaria y en la escala deresponsabilidades hacia arriba, casi nunca aparecen culpables entre los dirigentes.
Hay un elemento que es revelador. Durante la temporada 2001-2002, y tomadas las cinco categorías organizadas por la AFA, apenas dos instituciones sufrieron la deducción de puntos por episodios de violencia que protagonizaron sus hinchas: Almirante Brown en la Primera B y General Lamadrid en la C. Hace un puñado de días, se les pidió a las autoridades del fútbol argentino que sancionen con la quita de puntos y archiven el inocuo sistema de amonestaciones. Mario Gallina, el responsable de la Seguridad deportiva en la provincia de Buenos Aires, demandó esa medida. Pero hubo directivos que argumentaron que en el futuro se correría el riesgo de definir muchos partidos en los escritorios.
Es curioso, pero quienes esgrimen esa excusa, ni se pronunciaron sobre esa obscena danza de la fortuna en que se convirtió el tema de la incentivación. Podrían empezar por ahí, al menos. También resulta contradictorio que los jugadores no vean con agrado cuando se difunden las cifras que ganan, pero que, a la hora de recaudar un peso más de un club que no los tiene contratados, se expresen a favor y públicamente, con total desparpajo.
En las últimas horas trascendieron un par de hechos inquietantes sobre el papel que desempeñó la Bonaerense la noche del 30 de octubre pasado, cuando la delegación del Bolívar, a las puertas de La Plata, recibió un ataque que pudo haberse evitado. A las 17 del día anterior al partido entre el equipo boliviano y Gimnasia, la policía ya sabía que habría una emboscada. El mensaje que se recibió hasta indicaba el posible lugar de la agresión: entre Gonnet y Villa Elisa. Las divisiones de Seguridad en el Deporte, Seguridad Vial y hasta la Departamental platense habían recibido el alerta. Pero la trampa fue tendida en otro lado: a la altura de la villa denominada El Churrasco, que se levanta sobre el tramo final de la autopista Buenos Aires-La Plata, inaugurado este año.
En la capital provincial, a casi nadie escapa que en esa zona se registra una alta densidad de seguidores de Gimnasia, como ocurre con otro barrio, al que se conoce bajo el nombre de La Favela, donde los hinchas que responden a Estudiantes son mayoría. Un sumario abierto en la Bonaerense y hasta una denuncia y un pedido de inhabilitación para Gimnasia presentado por una ONG que lucha contra la discriminación difícilmente arrojen luz al asunto. Además, la Confederación Sudamericana ya había anticipado que aquel encuentro se jugó con las garantías del caso y, por ende, no había sobre qué pronunciarse en materia de sanciones.
Se supo también que siete micros con bolivianos que iban hacia La Plata fueron desviados en el peaje que la autopista tiene a la altura de Dock Sud y enviados hacia donde habían partido. Como las entradas para el público visitante se habían vendido en su totalidad, no les permitieron continuar. Ahí no falló el aparente dispositivo de seguridad.
La responsabilidad de lo que nos pasa como sociedad no puede diluirse en ese ejercicio maquiavélico de extender las culpas entre todos para que no se le atribuyan a nadie. Otro tanto sucede con el fútbol. Funcionarios, dirigentes y policías no deben colocarse a la altura de jugadores o hinchas en la escala de atribuciones y obligaciones. Ni siquiera cuando unos comentan de modo banal cómo se harán de unos dineros por esmerarse más en un encuentro decisivo o cuando un grupo de fanáticos provoca la suspensión de un partido porque su equipo va perdiendo por goleada.
De esa manera, como sostenía Discépolo, continuaremos en el mismo lodo, todos manoseados.