Lunes, 17 de septiembre de 2007 | Hoy
CONTRATAPA
Por Rubén Rossi *
“El fin justifica los miedos” (El personaje “Burro”, de la película Shrek)
En el mundo actual, moderno, globalizado, el miedo parece ser el común denominador a la hora de vivir. Y aunque parezca mentira, el miedo también se apoderó del fútbol, juego, si los hay, de niños y jóvenes. Ya se sabe que cuando uno le tiene miedo a algo corre, no juega, y esa negación al juego en sí es la que se advierte en el presente, se debe comprender que en esas edades se “pierde” si no hay formación por más que se “gane” en el resultado deportivo.
Como todos saben, miedo y juego son dos estaciones demasiado lejos una de la otra, y en la niñez, el miedo produce sensaciones que nada tienen que ver con la alegría, la diversión, la espontaneidad y mucho menos la creación. Los niños son los principales “maestros” de otros niños en cosas nada frívolas, como el aprendizaje de distintos juegos. ¿Existe algo más patéticamente ocioso que los esfuerzos de la mayoría de los adultos por enseñar a los niños a jugar a las bolitas, la escondida o el propio fútbol? Como si los frecuentes compinches de juegos no les alcanzaran para esos menesteres pedagógicos.
¿Alguien me podría explicar cómo se puede aprender desde la amenaza, desde la sanción, desde la solemnidad, desde esa seriedad propia de los adultos avenidos a directores técnicos, en muchos casos más por ocasión que por vocación? El temor a perder de los padres se traslada a los dirigentes, aquéllos a los entrenadores, éstos a los niños-jugadores, los verdaderos protagonistas, y bien se sabe que nadie progresa desde el miedo, pues éste, como el nogal, no deja crecer nada bajo su sombra.
Soñamos con un fútbol que, siendo serio, jamás se vuelva grave. La seriedad no necesita del miedo. Cuanto más alegre es la seriedad, más eficiente y convincente es, pues por fundamentales que sean los conceptos futbolísticos que se deben aportar, indudablemente su importancia efectiva no reside solamente en ellos sino en el modo en que los niños y jóvenes aspirantes a futbolistas los asimilan y los incorporan a su forma de entender, practicar y desplegar su propio Juego. Es un deber imprescindible comprender como docentes deportivos que el error que comete un niño en un partido es sólo un momento en la búsqueda de ese saber indispensable que se necesita para poder jugar bien al fútbol.
Estoy absolutamente convencido de que el mayor crimen que se puede cometer contra la auténtica naturaleza del fútbol es jugarlo mecánicamente. No hay nada peor que un futbolista extremadamente automatizado, burócrata, obediente y que esa sumisión se deba al miedo que le inspira e infunde su entrenador, sin imprimirle a su juego su propia concepción del mismo, como si el juego fuese cosa de ese señor parado al lado de la línea de cal que si precisamente se dedica a algo, es a no jugar.
La palabra autoridad proviene etimológicamente del verbo latino augeo, que significa, entre otras cosas, “hacer crecer”. Y para hacer crecer a un niño o a un jovencito en fútbol sólo se necesita de dos factores: afecto y sabiduría, cualidades que le otorgan a quien las detente la mayor autoridad que puede poseer un “ayudador” en esas edades formativas.
No hay caso: todo lo que en la infancia es jugar no es otra cosa que experimentar con el azar; jugando, los niños van encontrando su vocación, sea ésta la de mecánico, médico, astronauta o futbolista, vocación que es una forma de amar la vida y un arma precisamente para luchar contra el miserable miedo a vivir, ese miedo que, como dice el personaje mencionado, está justificando todos los fines.
He observado y observo distintos tipos de entrenadores; como en toda actividad, existen los muy buenos, los regulares y los malos, pero parece ser que en los últimos tiempos un número excesivo de entrenadores de divisiones inferiores han asumido un excluyente compromiso con los resultados deportivos, al “ganar como sea”, porque creen que en ese triunfo efímero sus jugadores se capacitarán para jugar en Primera División, ignorando que el miedo a jugar de los niños de hoy sólo les hace perder a los hombres de mañana el valor para ganar.
* Campeón juvenil 1979 y entrenador de divisiones inferiores.
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