Lunes, 17 de mayo de 2010 | Hoy
CONTRATAPA › SE CONSAGRó CAMPEóN MUNDIAL DE LOS SUPERMOSCAS EN EL LUNA PARK
En la madrugada del domingo, el chubutense venció por puntos al nicaragüense Everth Briceño y conquistó la corona de la OMB en la nueva categoría. Ahora es rey de los moscas y de los supermoscas, y dispone de un mes para decidir qué reinado lleva adelante.
Por Daniel Guiñazú
Habían pasado las dos de la madrugada de su domingo de gloria y Omar Narváez seguía hablando con los periodistas, abrazando gente y sacándose todas las fotos del mundo sobre el ring histórico del Luna Park. El chubutense acababa de consagrarse campeón mundial supermosca en la versión de la OMB y pretendía dejar congelado para siempre ese momento en su memoria. “Después de la medalla olímpica en los Juegos de Atlanta y de haber ganado el título mundial mosca en la reapertura del Luna Park, ésta es la noche más feliz de mi carrera”, espetó Narváez a quien quisiera escucharlo.
Sin embargo, no fue su noche más lustrosa. El nicaragüense Everth Briceño no vino a la Argentina a que le sellasen el pasaporte sino que se plantó con determinación en el cuadrilátero para ganar el título. Tiró golpes siempre, respondió los envíos de Narváez y hasta la última campanada dejó en claro su afán de victoria. Pero le faltó el plus de talento y/o vigor para lograrla. Además le sobraron mañas: fue toda la pelea con la cabeza adelantada como ariete y terminó partiéndole las dos cejas a Narváez y sufriendo el descuento de tres puntos en los rounds 5º (por un golpe bajo), 8º y 11º (por sendos cabezazos) que lo condenaron a la derrota.
De todos modos, Briceño (51,950 kg) consiguió un objetivo menor: deslucirlo a Narváez (51,850 kg) y no permitirle sostener su ritmo de combate. El invicto chubutense peleó más preocupado porque el nicaragüense no lo abra más de lo que lo abrió, que por desplegar su rico bagaje de boxeo veloz y variado. Recién en los tres asaltos finales pudo arrollarlo por momentos y acumular manos plenas. Pero el estilo consagrado de Narváez apareció en cuentagotas. Le alcanzó para una victoria amplia (117-108 en las tarjetas del panameño Ignacio Robles y del puertorriqueño César Ramos, 118-107 en la del argentino Ramón Cerdán, 119-107 en la de Líbero) y para recibir la ovación de los 8 mil espectadores que fueron a Corrientes y Bouchard, antes y después de ceñirse su segundo cinturón de campeón. No le alcanzó para brillar como en tantas otras noches. Aunque sí para igualar la línea histórica de otros dos grandes como Santos Benigno Laciar y Carlos Gabriel Salazar, quienes también reinaron entre los moscas y los supermoscas en los ’80 y los ’90.
En el intervalo de la octava vuelta, Osvaldo Rivero, el manager de Narváez y el promotor de la velada, se arrimó al rincón del chubutense y le preguntó por qué no pegaba más a los planos bajos de Briceño para intentar detenerlo. Narváez se inclinó hacia adelante con la cabeza en punta y le dio la explicación sin decir una sola palabra. El nicaragüense, con su testa como amenazante tercer puño, condicionó toda la labor del ahora bicampeón del mundo. Cada vez que Briceño se lanzó al ataque, lo obligó a Narváez retroceder o a echar el torso hacia atrás para evitar el choque brutal. Por eso no pudo conectarlo abajo y lo pudo hacer arriba menos que en otras ocasiones. Sólo en los nueve minutos finales alcanzó a combinar sus manos. Antes colocó buenas derechas cruzadas. Pero rara vez alcanzó a meter su izquierda por afuera o por línea interna. Y eso le quitó continuidad.
Acaso también la diferencia física haya tenido que ver en el desarrollo de la pelea. Mientras, a simple vista, Briceño asomaba como un supermosca natural que peleaba en su peso, a Narváez se lo advertía más pequeño, con menos cuerpo para arriesgar. Compensó la diferencia con su calidad y eso le ahorró problemas al chubutense. Pero, conocedor como pocos de todos los secretos del ring, Narváez sabe que si sigue peleando en esta categoría, que le permite llevar hasta un kilo y trescientos gramos más de los que lleva como mosca, este inconveniente se le seguirá presentando, corregido y aumentado. “Es una categoría más peligrosa la supermosca, los rivales son más grandes y las manos pueden sentirse más, pero me siento muy cómodo, no tengo que apretarme tanto para dar el peso”, admitió el bicampeón en una de sus tantas declaraciones de madrugada.
Precisamente ésa es la gran incógnita que se abre ahora por delante de los puños de Narváez. ¿Seguirá como supercampeón de los moscas, sumándoles defensas a las dieciséis que le permitieron quebrar el record de Carlos Monzón? ¿O iniciará un nuevo reinado entre los supermoscas? El reglamento de la OMB le concede 30 días para definir su opción y Narváez todavía no lo tiene en claro. Pragmático, Osvaldo Rivero dijo que esperan ofertas. “Seguiremos peleando en la categoría donde nos ofrezcan pelear. Omar puede hacerlo en cualquiera de las dos”, señaló el empresario.
Un kilo y monedas es una diferencia grande en las categorías más chicas. Las manos propias pueden doler menos y las ajenas, llegar a sentirse más. Narváez parece dispuesto a correr ese riesgo con tal de no padecer tanto a la hora de dar el peso. Es posible que, peleando alrededor de los 52 kilos, el ahora bicampeón mundial conceda alguna ventaja física ante rivales más grandes y fuertes. Pero no parece importarle demasiado. En cualquier caso, su inmenso talento pondrá la diferencia.
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