CONTRATAPA
› Por Guillermo Blanco
Primero fueron el vóleibol y el básquetbol, ahora el hockey. De haber invadido también el territorio del juego, no sólo el negocio monstruoso que se expande más allá de las líneas de cal, acaso no se estaría hablando de que el fútbol aún defiende su esencia con trece reglas básicas, fijadas en 1863 por la International Board. No como ha ocurrido en otras disciplinas que claudicaron o negociaron su despegue desde lo comercial, para que el arrastre del vendaval del negocio televisivo los ubicase en otro lugar que no es el fundacional.
Los cuatro tiempos del vóleibol y del básquetbol (que, es verdad, les dieron mayor brío a deportes que transcurrían en una meseta complicada de remontar) hicieron que éstos adquirieran una dimensión mayor, en especial en el segundo caso, amparado por la potencialidad que le da tener su centro de acción precisamente en Estados Unidos, donde son sabios en hacer entrar por el aro todo lo que se intuya como negocio.
Ahora parece que le llegó el turno del ho-ckey, especialidad en ascenso, pero sin base histórica para poder sustentar la génesis del juego, precisamente porque tiene raíz débil; entonces queda expuesta a la voracidad manifiesta y evidente de los que se acercan para sacarle provecho y para hacer creer que todo será mejor con guirnaldas y luces que encandilen. Muchos de adentro empujarán esta premisa, eligiendo el cambio en vez de apostar al afianzamiento del juego en sí. Son epidemias de los nuevos tiempos, esos de los que aun el fútbol ha sabido gambetear, más allá de que también esté impregnado de un negocio atroz, sólo que el reglamento hasta ahora no se manchó, aunque a lo largo de la historia hubo alguna modificación menor para mejorar el juego, y no las cuentas. La ley del offside, limitaciones a los arqueros, la ley de ventaja, entre otros, muy lejos de serios cambios estructurales.
Es imposible imaginar un fútbol con cuatro tiempos, con dos cambios de campo, con lugar para la hamburguesa y para ir a baños que se supone estarán acondicionados para las circunstancias. Y que, cuando haya un gol, el partido se pare un ratito para que se repita por las pantallas; y que si hay polémica por un fallo, se haga como en el polo, que se consulta a árbitros de afuera. O que tras un foul fuerte, mientras atienden al caído, los periodistas de los canales que hayan pagado puedan entrevistar al lesionado, al victimario, a algunos jugadores que anden por ahí, y los referís que previamente también hubieran acordado hacerlo.
Los fotógrafos podrían levantar la mano para indicarle al referí que necesitan una toma determinada del Messi del momento, con lo que el hombre (o la mujer, si lo fuera) podría detener el encuentro y haría entrar al reportero gráfico para la foto indicada, antes de retornar a su puesto.
El tema del agua tampoco quedaría afuera de la nueva ley. ¿Hace calor? Si el equipo A tiene contrato con determinada marca de agua mineral y el B con otra, los capitanes podrían solicitarle al referí interrumpir el partido en varias ocasiones para beber agua en sus respectivas carpas colocadas a un costado para la eventualidad, y así las cámaras podrían mostrar la etiqueta preferida.
Si la International Board, formada por cuatro miembros británicos más cuatro de la FIFA, ya hubiera transado y flexibilizado el tema reglamentario, se podrían tirar más ideas sobre la mesa de los genios televisivos. Como la posesión es un tema del momento, hacer como en el básquetbol, que se cobre exceso de tenencia, por ejemplo. Así, el Barcelona quedaría expuesto a apurarse y complacer a aquellos que ven el fútbol como una eyaculación precoz. Y así, para felicidad del negocio, los partidos podrían llegar a terminar 25 a 20, o algo así; nadie se quejaría entonces de lo aburrido que es relatar al Barcelona.
Todo bien: al fin de cuentas, no se conoce en la historia de la humanidad un juego que haya durado tanto como el fútbol. Ahora le toca al hockey, que en un tiempito puede llegar a tener a la Lucha Aymar del momento pidiendo un alto en el juego para promocionar su nueva crema corporal, o a Los Leones aprovechando los descansos para repartir folletos donde se incluyan las bondades del juego y dónde poder iniciar a los más chicos. Es notable cómo se les pasó por alto el tema de las modificaciones de los penales, que tanto se ha visto con las mujeres: no estaría mal que en lugar del método actual de correr desde el medio y tratar de gambetear a la arquera rival, se haga un agujerito en el arco y desde allá lejos se tire la pelota, tratando de embocarla. El penalgolf sería un nombre acorde.
Quién dice, por ahí se estaría asistiendo al embrión de un nuevo juego para dentro de cien años, mezclado con el deporte que hizo grande a De Vicenzo. Un ruego: no se lo cuenten a aquellos que están tratando de pensar en la ganancia económica y no en la deportiva, porque por ahí se acortan los tiempos, y acá no hay una International Board que pueda hacer parar la bocha.
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