BOXEO › OPINIóN
› Por Daniel Guiñazú
Hubo dos nítidos ganadores este fin de semana en la remota Macao, algo así como Las Vegas de China. Uno, obvio, fue César René Cuenca. El chaqueño, zurdo, hábil, cerebral de línea clásica y dueño de las mejores piernas del boxeo argentino, por fin pudo consagrarse campeón del mundo. Y ese triunfo fue un acto de legítima reparación para un pugilista al que los altos mandos del pugilismo le demoraron la chance mucho más allá de lo que podía esperarse. Escudados en un hecho comprobable (de sus 48 victorias, apenas dos fueron antes del límite), tomaron una decisión discutible: demorarle la carrera, postergarlo todo lo posible bajo un rótulo que en el boxeo de paga tiene el mismo peso que una lápida: “Estilo no comercial”.
Rehuido por todos, ninguneado en simultáneo por las entidades internacionales, los ejecutivos de la todopoderosa televisión estadounidense y los gigantes de la promoción pugilística, Cuenca quedó condenado a una intrascendente campaña de cabotaje a la espera de que alguien se acuerde de que él seguía existiendo. El año pasado, la Federación Internacional lo mandó a una eliminatoria ante el ghanés Albert Mensah. Y como Cuenca la ganó, surgió la oportunidad que el sábado aprovechó a fondo. De a ratos, le dio al chino Ik Jang una cátedra de boxeo rápido y certero. Tan contundente que no hubo manera de atracarlo. De visitante, Cuenca alzó los brazos en señal de victoria. Pero también de revancha. Por tantas ingratitudes que le hicieron vivir.
Pero junto con Cuenca, también ganó su manager Osvaldo Rivero. Que como en los años ’90 con Látigo Coggi, Julio César Vásquez y Locomotora Castro, vuelve a tener un campeón mundial en una de las categorías más atractivas y rentables. Y que en consecuencia volverá a sentarse a negociar mano a mano con los dueños del negocio. Hay que decirlo con claridad total: sin que esto implique menoscabarlos en su calidad como boxeadores, Narváez y Reveco, por mencionar solo a sus últimos campeones, jamás importaron en los EE.UU. Cuenca sí, porque, más allá de su estilo, tiene un cinturón que hasta hace poco ostentó Lamont Peterson y que ambiciona, por ejemplo, Adrien Broner. De ese calibre, serán a partir de ahora, los próximos rivales de Cuenca. Por eso, sonreía Rivero. Por la felicidad de una victoria grande. Y porque después de casi dos décadas, por fin ha vuelto a tallar en las grandes ligas del boxeo.
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