Lun 27.12.2010
libero

AUTOMOVILISMO Y MOTORES › A LOS 20 AñOS CONSAGRó A UNA NUEVA GENERACIóN

Canapino

Piloto de probeta

› Por Pablo Vignone

La consagración de Agustín Canapino en 2010 será vista en unos años como un punto de inflexión para el automovilismo argentino. El piloto de Arrecifes se adueñó en la última carrera del año de Turismo Carretera, sucesivamente, de la punta, de la victoria y del título, materias que se hallaban virginalmente intactas ante su pie derecho. De menor a mayor, entonces –y nunca mejor empleada la expresión–, se quedó a los 20 años con un título que fuera, sucesivamente, de Fangio, de los Gálvez, de Emiliozzi, de Pairetti, de Di Palma, de Gradassi, de Traverso, de Mouras y, más acá, de Ortelli, del Gurí Martínez, del Pato Silva...

Dicho con respeto: Canapino inaugura la generación del piloto de probeta. El Flaco Traverso debutó directamente en el TC, parte de generaciones de corredores que durante 40 años aprendieron en la práctica con el volante entre los puños; con Ortelli y Cía. aparecieron los talentos forjados en el karting, un laboratorio en miniatura para cirujanos de la velocidad. Pero con Canapino se instaura, seguramente, una nueva era: la de los chicos que hacen su escuela en la simulación electrónica y cuando pasan con naturalidad al auto de carrera verdadero, llevan en el lomo más de una década de fragua.

“De mis 20 años me he pasado 15 en los simuladores. La verdad, cuando me meto en el simulador siempre me he exigido al máximo, con todo; algunas veces quedé cansado, porque la exigencia es mucha. Aprendí muchas cosas, cómo encarar mejor una curva, los momentos para frenar, cómo corregir el auto y algo fundamental como es la concentración”, le cuenta Agustín a Líbero.

Es rápido, incisivo, dueño de una inclaudicable exigencia consigo mismo. Le falta terminar de hornearse en el mano a mano. Pero no puede haber duda alguna sobre la superioridad del chico de Arrecifes respecto de sus colegas a lo largo de 2010. Al título de TC debiera haberle sumado, sin hesitar, el de la Top Race, si esta categoría hubiera disputado un torneo normal de marzo a diciembre. Con cinco victorias en 12 carreras, esa escarapela adicional habría sido inexorable. La frutilla fue el segundo puesto final en la única carrera de TC 2000 en la que participó en el año, los 200 Kilómetros de Buenos Aires. En un año en el que los pibes guillotinaron las esperanzas de los veteranos de continuar brillando pasados los 40, Canapino lideró con éxito a los Werner, a los Giallombardo, a los Falaschi, que son el futuro con forma de acelerador.

Agustín nació en una ciudad fierrera –Arrecifes– y se crió en un ambiente netamente automovilístico, acompañando a su padre Alberto, el exitoso técnico múltiple campeón en TC y TC 2000. A los cinco años ya había iniciado su camino paralelo entre computadoras y equipos de simulación. Cuando veía carreras por TV (y prefería la Fórmula 1 a cualquier otra disciplina), se emocionaba con las cámaras on-board, que le mostraban en acción a los pilotos de los cuales quería aprender.

“Al principio, cuando le pedía que me dejara correr, mi viejo me pedía que me dedicara a otra cosa. Le insistí hasta que me hizo probar unos autos, uno de TC que preparaba, como para demostrarme que el automovilismo no era lo mío. De a poco lo fui convenciendo.”

Agustín amasó su incipiente carrera en menos de un lustro. Y cuando iba a correr a los autódromos, llevaba su simulador en el motorhome, para competir virtualmente una vez que se agotaba el ruido verdadero. Mantuvo esa gimnasia hasta hoy. Antes de largar la carrera de TC en Buenos Aires, se encerró a simular la partida. “Adentro del auto, previo a la largada, me puse a pensar por un instante todo lo pasado, el esfuerzo... y me largué a llorar”, confiesa. Dos horas más tarde, tras ganar de punta a punta, se había transformado en el monarca más joven del TC. “A veces, cuando me voy a dormir y pienso ‘soy el campeón del TC’, no lo puedo creer”, reconoce.

Es la nueva sangre que ya cruza lances con otra no tan veterana, como la de los 27 de José María López (“no me llevo bien con él porque ha tenido actitudes en la pista que no me parecieron correctas”) o la de los 26 de Matías Rossi. Respeta a Norberto Fontana, quince años mayor, porque es su amigo y es de Arrecifes. Pero en la pista siempre será otra cosa. Los kilómetros de la próxima década confirmarán que una nueva era aquí ha comenzado.

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