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POR GABRIELA RAIMONDI

Hace hoy exactamente un año, las imágenes de televisión mostraban a la ex capitana de Las Leonas Karina Masotta bailando arriba de una tarima y con la copa en mano, festejando el mayor logro obtenido en la historia del hockey sobre césped: Argentina era Campeón del Mundo, en Perth, Australia. El boom que produjo el segundo puesto en los Juegos Olímpicos de Sydney, en el 2000, ya había quedado atrás para un equipo consolidado como una potencia casi invencible. Pero como el hockey mantuvo aquí su esencia amateur y los ojos perspicaces de los entrenadores de ligas del exterior hicieron foco en varias jugadoras, el gustito a lo nuevo y la curiosidad de jugar en un campo rentado provocaran un éxodo más que importante en la Selección. Cecilia Rognoni, Mariana González Oliva, Soledad García, Mercedes Margalot y Luciana Aymar, entre otras, no dudaron en aprovechar el auge y volaron a distintos puntos de Europa con el fin de codearse entre las mejores ligas del mundo y acrecentar así su nivel de juego. Pero eso tuvo su precio, como lo demuestra el cuarto lugar obtenido en la Champions Trophy que ha finalizado en Sydney.
Si bien es cierto que las jugadoras crecieron de manera notable en lo individual, tanto física como técnicamente, también es real que la distancia poco habitual acarreó algunos inconvenientes: durante todo el 2003 el equipo se juntó pocas veces a entrenar de manera completa. Esto se notó en los resultados, sobre todo en el Torneo Cuatro Naciones que se disputó en Holanda a mediados de agosto, en el que Argentina terminó en la tercera posición detrás de Australia y el local, y el cuarto puesto logrado en la noche del sábado, al caer 3-2 ante Holanda.
La ausencia de jugadoras de renombre le permitió al técnico Sergio Vigil brindarle mayor cantidad de minutos de juego a las juveniles y las chicas del interior, que se sumaron a las prácticas del plantel mayor. Ese fue el caso de Macarena Rodríguez, una jugadora de Andino de Mendoza que viajó al Champions con la expectativa de debutar oficialmente, o el de Marina Di Giácomo, quien despliega un juego bastante similar al de Aymar e intenta marcar su territorio con un juego de despliegue y talento. Entre las que se quedaron en la Argentina, como Mariné Russo, Natalí Doreski y Claudia Burkart, que hasta el Mundial tenían un promedio de 25 partidos internacionales encima, lograron obtener una mayor continuidad y confianza, llegando a ser piezas más que destacables en el equipo.
La base actual de este conjunto es prácticamente la misma que logró la medalla de oro en Perth, aunque la ausencia momentánea de Cecilia Rognoni reafirma que su tranquilidad y firmeza en el fondo es una garantía a la hora de enfrentar a grandes equipos.
Un año de bajas importantes, como lo fue la de Karina Masotta, quien decidió retirarse después de 13 años de trayectoria en la Selección y el alejamiento justificado de la goleadora indiscutida Vanina Oneto, que al quedar embarazada tuvo que despedirse de las canchas por un tiempo, aumentaron la anemia del equipo argentino que este año aún no logró revivir ese espíritu “felino” que logró caracterizarlas desde su surgimiento.
El objetivo de la Argentina son los próximos Juegos Olímpicos que se disputarán en Atenas el año entrante. Un trabajo minucioso y a medida es justamente lo que en este momento están realizando Luis Barrionuevo, el preparador físico, y el técnico Vigil. Las Leonas no están al ciento por ciento de su rendimiento físico y los Juegos son más que una excusa ideal para proponérselo. Con ocho meses de trabajo por delante, y el plantel completo a disposición del técnico, la posibilidad de volver a hacer historia, por lo tanto, está intacta.