Sobró show, faltó boxeo
Omar Narváez es el boxeador argentino de mayor categoría internacional, pero no necesita de peleas tan sencillas como la que le ganó al brasileño Reginaldo Martins en el Luna Park. Esas victorias sólo les sirven a unos pocos, y el chubutense no figura entre los beneficiarios.
POR DANIEL GUIÑAZU
El espectáculo se devoró la pelea. La puesta en escena previa que incluyó lenguas de fuego lanzadas desde las cuatro esquinas del ring del Luna Park, una lluvia de papelitos metalizados para acompañar la llegada de Omar Narváez al cuadrilátero y la presencia pomposa de la Banda Tacuarí del Regimiento de Infantería Patricios para ejecutar el Himno Nacional Argentino le quedó exageradamente grande a lo que pasó después. Sobró show por los cuatro costados. Faltó lo que más de 10 mil espectadores vinieron a buscar a Corrientes y Bouchard: ni más ni menos que un combate de boxeo, la sexta defensa del título del único campeón mundial que, hoy por hoy, goza el pugilismo del país.
No hubo pelea. No puede haberla cuando no hay oposición, cuando el resultado está cantado de antemano, cuando no hay equivalencias posibles, cuando uno (en este caso Narváez) hace todo y el otro (el brasileño Reginaldo Carvalho Martins) no hace nada. Las diferencias de velocidad, vigor y variantes fueron abismales, abusivas, insalvables. Y así como Narváez terminó ganando por nocaut técnico al minuto y 27 segundos del tercer round, bien pudo haber ganado mucho antes, sin transpirar, casi con el primer golpe. En la penumbra del Luna, cuando el combate ya era una línea en la estadística y el estadio, una inmensa reunión de amigos, avezados periodistas y viejos hombres de ring con mucho boxeo en los ojos coincidían: Martins fue el peor retador que haya tenido cualquier campeón argentino en casi 50 años de historia de títulos mundiales.
Y no se trata de restarle ni una pizca de merecimientos a lo que produjo el campeón mundial mosca de la OMB. Narváez (50,600 kg) hizo lo que de él se esperaba. Tanteó al brasileño (49,450 kg) en el primer round. Y cuando advirtió que la oposición era nula y que podía trabajar con libertad y soltura y sin peligro, en el segundo inició la tarea de demolición. Repartió castigo, arriba con uppercuts que le agitaban la cabeza a Martins y abajo con ganchos que le fueron quitando piernas. Con un ascendente de izquierda, Narváez lo hizo retroceder al brasileño hasta las cuerdas que dan a la avenida Corrientes y allí disparó una metralla de ganchos al cuerpo y cross que puso al indefenso Martins al filo de la derrota. El árbitro puertorriqueño Roberto Ramírez dio un paso al frente para detener el combate. Pero en ese mismo instante, Martins sacó una mano salvadora: un uppercut de derecha con el que intentó demostrar que todavía estaba en pelea.
En el intervalo del 2º al 3º round, el árbitro Ramírez fue hasta el rincón de Martins y le advirtió que estaba dispuesto a parar las acciones si seguía arrinconándose contra las cuerdas sin lanzar golpes. Fue inútil. Narváez le asestó tres izquierdas voleadas consecutivas y volvió a replegarse contra el encordado. El chubutense sacó allí 13 manos seguidas. Algunas dieron en los guantes de Martins, otras en los antebrazos, las menos llegaron al rostro del brasileño. La última, una derecha voleada, rozó el hombro izquierdo y aterrizó, amortiguada, a la cabeza. No tenía poder de definición. Pero Martins quebró sus rodillas y se fue a la lona. Se levantó sin convicción, de compromiso y el árbitro Ramírez se dio cuenta. Primero, le contó los ocho de protección. Cuando le pidió que camine dos pasos hacia adelante, lo miró a la cara y decretó el nocaut técnico. La pelea (de alguna forma hay que llamarla) había durado apenas 7 minutos y 27 segundos.
Si el propósito de la noche era armarle a Narváez una peleíta sin riesgos para moverlo, hacerle ganar algún dinero y de paso, alimentar la buena onda que hay entre el chubutense y el público porteño, el objetivo se cumplió con creces: más de 10 mil espectadores fueron al Luna para ovacionarlo cuando ingresó al ring y aplaudirlo (y no mucho más) cuando se bajó del cuadrilátero. Pero Osvaldo Rivero y Mario Margossian, los manejadores del campeón, exageraron las precauciones con el aval explícito de Francisco Valcarcel, el presidente de la OMB, que respaldó el combate con su presencia en el estadio. Una cosa es buscar un adversario pococomprometido para una defensa opcional. Y otra, muy diferente, concederle una oportunidad a alguien, como Martins, por debajo del piso de exigencias mínimas que debe reunir a un retador a una corona del mundo.
Martins fue designado de apuro para la pelea el miércoles 25 de febrero, luego de que el challenger original, el mexicano José Luis “Tapita” Araiza, solicitara una postergación que no le fue concedida. Tan de apuro que su nombre no figuró ni en los afiches y ni en los avisos de radio y televisión que promocionaron el combate en la semana previa. Su 15º lugar en el ranking OMB de los moscas lo ponía a salvo de cualquier objeción formal. Pero su record de 12 victorias (3 por fuera de combate) y 1 derrota se había construido ante rivales debutantes o de pésimas campañas profesionales. Y del ‘99 al 2003, había hecho sólo una pelea en cada uno de esos años. Con esos antecedentes, no es extraño que haya sucedido lo que finalmente sucedió.
Y conste que no se le reclama a Narváez que arriesgue su título siempre ante el primero del ranking o ante los desafiantes mas exigentes. Eso no lo hace ningún campeón en la actualidad ni lo hacían, en el pasado, los más grandes. Robinson, Joe Louis o Alí, sin ir mas lejos, han expuesto varias veces sus cinturones ante challengers poco calificados. Pero debe haber límites. Y ese límite se vulneró con el pobre Martins.
En toda esta historia hay un inocente y es Narváez: le pusieron enfrente a un rival inexistente para una exhibición por el título del mundo e hizo lo suyo seriamente, de manera apabullante. No caben dudas: es el boxeador argentino de mayor categoría internacional y si mantiene este nivel, podrá seguir siendo campeón todo el tiempo que quiera. Pero no necesita de victorias tan sencillas como ésta ante Martins. Sólo les sirven a unos pocos. Y él no figura entre ellos.