LA CRISIS DEL ARBITRAJE ARGENTINO, CON CAIDAS Y SOSPECHAS
Un fuera de juego para los silbatos
Los hombres de negro, que imparten justicia en el campo, han quedado bajo la lupa después de una temporada desalentadora. La crisis los obligó a adoptar el arbitraje como medio de vida, pero no tienen al día los sueldos; el nivel de su rendimiento fue muy discutido y el volumen de las recusaciones creció, mientras campeaban sospechas nunca confirmadas.
Por Gustavo Veiga
La Argentina que se hundió en la depresión arrastró consigo al fútbol y, con él, al arbitraje. Una multiplicidad de factores contribuyó a que el 2001 terminara mal y a que este año arrancara con perspectivas desalentadoras. Los hombres que deben impartir justicia en una cancha bajaron su nivel de modo alarmante, por la crisis convirtieron a su actividad en un medio de vida y sufren las consecuencias de los números en rojo que presenta la AFA: hasta el viernes 4 no habían cobrado aún los salarios de noviembre y durante este verano no realizarán pretemporada por razones presupuestarias. Además continúan sometidos a recusaciones periódicas y, lo peor de todo, volvieron a quedar envueltos en sospechas de corrupción, como no sucedía desde hacía bastante tiempo.
Con ingresos que van desde los 4 mil pesos en promedio hasta los 300, los árbitros que en el pasado debían acreditar otro tipo de ocupación remunerada para dedicarse a esta profesión, hoy ya no tienen esa traba. Esta situación debería suponer progresos. Como el que deriva de una dedicación casi exclusiva: la mejor preparación física y técnica. Pero, asimismo, ha despertado a ese fantasma que antes era mantenido a raya con jueces que vivían de otra actividad: la posibilidad de que determinados partidos se “arreglen” a cambio de distintos favores.
En octubre del año pasado, un ex árbitro le confió a Líbero que a fines del 2000 había, por lo menos, siete denuncias de soborno empantanadas en la AFA. Un mes después, durante el transcurso de un extenso diálogo con Julio Grondona, este cronista recibió una desmentida terminante sobre aquella presunta situación. Como ocurre a menudo, no aparecieron las pruebas para avalar las sospechas ni las refutaciones.
Más allá de este clima de desconfianza que se ha reflejado en las declaraciones de los protagonistas –dirigentes, jugadores y técnicos–, queda claro que existen otras razones para dudar de la capacidad profesional de ciertos árbitros.
El caso Madorrán
El domingo 29 de noviembre de 1998 jugaban Gimnasia y Rosario Central en La Plata. Boca, que llevaba 9 puntos de ventaja, terminaría siendo el campeón y el equipo que conducía Carlos Griguol, su escolta. Fabián Madorrán, el juez de ese partido que finalizó 1-1, perjudicó de manera notable al local. Criticado no sólo por los hinchas, cuando terminó su desempeño y dirigiéndose a un periodista de Torneos y Competencias, le espetó: “¿Me criticaron? Me chupa un huevo. Igual vamos a dar la vuelta en la Bombonera”.
El periodista, Sergio Rek, quien ya no trabaja en la productora televisiva, ratifica hoy aquella anécdota ocurrida hace poco más de tres años: “Nunca vi a un árbitro que cobrara tan deliberadamente en contra de un equipo. Cuando al final le fui a decir lo que opinaban mis compañeros Walter Nelson y Alejandro Fabbri sobre su tarea, me contestó de esa forma. Y, además, me dijo que había parado con la Doce. Había testigos de lo que te digo: los jueces de línea Ernesto Taibi y Abraham Serrano. Yo no sé quién es Madorrán, pero parecía un trastornado”.
No han sido pocos los dislates que ha cometido este árbitro. El 23 de junio de 2000, unas horas después de haber dirigido en Rosario un partido entre Central e Independiente que finalizó 3-0 a favor del visitante, le confesó a un periodista, en el viaje de regreso, que había controlado el encuentro “sin dormir” por un problema familiar. Los últimos escándalos que protagonizó tuvieron como damnificados a los equipos de Argentinos Juniors y Belgrano. Al primero lo afectó cuando jugó con Instituto por la Promoción, en Córdoba, a mediados del 2001. Esa noche se lo vio a Madorrán correr de manera desaforada y dando empellones para expulsar al jugador Mariano Herrón. Y a Belgrano lo perjudicó en forma evidente durante un partido con Central en Arroyito disputado el 18 de noviembre último. Basta mencionar lo que escribió el periodista Javier Parenti, del diario La Capital de Rosario, sobre su labor: “Como para que ese hincha que siempre putea al árbitro le agradeciera el regalo con un ‘gracias Madorrán’”. El colega se refería al gol local que convalidó tras una grosera infracción al arquero cordobés Olave.
Todas estas circunstancias hicieron que Juan Carlos Loustau, el director de la Escuela de Arbitros, madurara una conclusión: Madorrán debía ser dado de baja del registro de la AFA. O, como mínimo, dejar de ser juez internacional. Sin embargo, hasta ahora no ocurrió ninguna de las dos cosas. Sucede que en la casa del fútbol temen dos hipotéticas situaciones: primero, que el polémico referí prenda el ventilador y recuerde algunos episodios inconvenientes del pasado. Serían aquellos que, en otra época, lo llevaron a coincidir con Javier Castrilli, a quien después defraudó colocándose del lado de Jorge Romo, el director del Colegio de Arbitros. Segundo: la entidad que preside Grondona no está en condiciones económicas de afrontar el pago de suculentas indemnizaciones. Madorrán es árbitro de Primera desde el 7 de agosto de 1997.
Quienes lo critican por su falta de equilibrio e intemperancia coinciden en que, si continúa dirigiendo, es porque sólo lo respalda Romo –fue el hombre que lo llevó a la AFA desde la Liga comercial de Lanús– y en menor medida Grondona, quien prefiere evitar otro escándalo o un juicio. Vaya a saber.
Prohibido dirigir a...
En la AFA existe algo así como un registro intangible donde figuran los árbitros recusados a quienes nadie les reconoce esa condición, bajo pena de recibir algún tipo de represalia. Por eso resulta un acierto la nómina de jueces que difunde el Centro de Periodistas Acreditados en AFA (CEPA) en su página web bajo el título “No dirigen A” y que contiene la estadística con la cantidad de partidos que llevan los referís sin dirigir a tal o cual equipo.
De allí se desprende que Fabián Madorrán se acerca a los 100 encuentros sin arbitrar a River porque es un confeso hincha de Boca. Que Héctor Baldassi no es designado hace más de 60 fechas para controlar un partido que juegue Belgrano, acaso por su condición de cordobés. Que otro juez oriundo de esa provincia, Cristian Villarreal, no dirige a Talleres hace más de 90 jornadas. O que los santafesinos Claudio Martín y Sergio Pezzotta nunca son asignados a partidos que disputan Rosario Central y Newell’s.
Esta situación pone en blanco sobre negro las meneadas impugnaciones de árbitros que se resuelven en el despacho de Jorge Romo y que muchos dirigentes admiten en privado, pero casi nunca en público. De todos modos, el Colegio se ha visto obligado a parar con mayor asiduidad a los referís sin necesidad de esperar que algún dirigente los recuse. La tendencia a castigarlos se incrementó durante el último torneo Apertura de Primera División, debido a sus flojos desempeños. Hasta la fecha 15ª habían sido suspendidos momentáneamente nada menos que 21 de ellos. Juan Bava, como veedor, admitió en plena crisis arbitral durante noviembre pasado: “Si le ponen regular a un juez, debe ser parado”. Y eso que él siempre fue uno de sus más encendidos defensores desde el espacio que posee en los programas de TyC.
La caída en el rendimiento general del arbitraje trajo también aparejadas algunas curiosidades. Por ejemplo, José Méndez, un referí que ya está en las postrimerías de su carrera, volvió a dirigir en Primera. Cuentan en los pasillos de la AFA que se debió a su estrecha amistad con Romo. O que un juez de línea del ascenso, Carlos Antas, fue designado para una final donde jugaba un equipo en el que había sido futbolista en otra época. Asimismo, se ha detectado en la Escuela que dirige Loustau que son cada vez más los árbitros que les piden camisetas a los jugadores como souvenirs, una demostración de cholulismo que incomoda a las autoridades. En este marco, y por razones presupuestarias, es imposible emprender ladepuración que a varios dirigentes se les antoja necesaria. Hay varios árbitros que, antes de finalizar 2002, tendrán 50 o más años, la edad límite para trabajar en la profesión. A eso hay que sumarle las actuales dificultades para cobrar los sueldos que perjudican a los afiliados de los dos sindicatos. Por eso, ya hay referís de segunda línea que quieren trazar una estrategia conjunta, que vaya más allá de lo que piensan las cúpulas. Este año, entonces, promete ser tan caliente como la temperatura social y económica del país. El arbitraje es un órgano vital de la actividad futbolística y, si no goza de buena salud, el resto del cuerpo se resentirá.