Lunes, 24 de diciembre de 2007 | Hoy
NUESTRO MEJOR REPRESENTANTE EN EL EXTRANJERO
El dueño de una eléctrica ilusión
Por Daniel Guiñazú
Lo mejor de Lionel Messi en 2007 duró sólo 12 segundos. El mismo tiempo que le demandó arrancar desde detrás de la mitad de la cancha en el Camp Nou, eludir a la carrera a cinco jugadores del Getafe, incluido el arquero Berenguer, abrirse hacia a su derecha y anotar con el arco libre, mientras 90.000 almas catalanas no sabían si restregarse los ojos para dar crédito a lo que acababan de ver, o romperse las manos aplaudiendo semejante muestra de habilidad en velocidad. Ocurrió el miércoles 18 de abril, fue por la semifinal de la Copa del Rey y resultó, sin dudas, el mejor gol del año. El más comentado por todo el planeta, el más consumido en You Tube. El más parecido a aquel que casi 21 años antes, en México, transformó a Diego Armando Maradona en el último rey sin discusiones del fútbol mundial.
Toda la prepotencia del juego de Messi se sintetizó en esa corrida. Todas sus virtudes y todos sus defectos, también. Porque para este joven prodigio de 19 años, el fútbol, hoy, es ni más ni menos que eso. Pedir la pelota siempre. Encarar siempre. Gambetear siempre. Pasar casi siempre. En un fútbol que tiende a la uniformidad casi con exasperación, Messi fue diferente. Pero diferente en serio. Es, casi, el último ejemplar de una raza en extinción: la de los gambeteadores.
Para Messi, el fútbol en 2007 fue un constante duelo de uno contra uno. Un mano a mano apasionante contra cada marcador que le salió al cruce para quitarle la pelota. Así entendió el juego. Y así lo vivió. Tomando riesgos. A puro instinto. Sin darle a la jugada, a veces, la resolución más conveniente. Los más ansiosos se desviven por compararlo con Diego. Sobre todo, después de aquel golazo. Pero Messi debe ser Messi. No tiene por qué cargar a esta altura de su carrera con el sobrepeso de ser o no ser el heredero del insigne zurdo de Villa Fiorito, el estandarte de todos los sueños postergados del fútbol argentino. Para eso falta bastante.
Si algo hizo Messi con la camiseta azulgrana del Barcelona o con la celeste y blanca del seleccionado argentino fue activar el sistema nervioso de cada partido que jugó. Cada vez que su pie izquierdo tocó la pelota, nada ni nadie fue igual que antes. Fue el mejor solista en orquestas a las que le sobraron los ejecutores virtuosos. En Barcelona dio un paso más allá que Ronaldinho, Eto’o y Henry. Y en la Selección, fue la estrella por encima de Riquelme, Tevez y Agüero. En consecuencia, le llovieron los reconocimientos. Fue el mejor extranjero de la Liga Española 2006/2007 para la revista Don Balón. El mejor jugador iberoamericano de la temporada para la agencia noticiosa EFE. El mejor sub 21 de Europa en opinión del diario deportivo italiano Guerín Sportivo. Ganó el Balón de Bronce de la revista francesa France Football. Y la FIFA acaba de reconocerlo como el segundo mejor jugador del mundo del año, sólo por debajo del extraordinario brasileño Kaká, que en 2007 se llevó con el Milan los dos títulos más importantes a nivel de equipos: la Liga de Campeones de Europa y el Mundial de Clubes de Japón.
Eso, títulos, fue lo único que no tuvo Messi para coronar un año consagratorio. En la Liga Española, el Barcelona se quedó en la orilla del campeonato, postergado por el Real Madrid, y en la Champions, Liverpool lo dejó afuera pronto en octavos de final. En la Copa América de Venezuela, no pudo conducir a la Selección de Basile rumbo al título, y en la final contra Brasil sucumbió ante el áspero juego del equipo de Dunga. No obstante, fue el autor de un hermoso gol ante México (un delicado toque por encima del arquero Ochoa) e hizo levantar las tribunas con cada uno de sus arranques inspirados. Después, sobraron las emociones.
El 10 de marzo, por ejemplo, le hizo tres goles al Real Madrid en el clásico que terminó igualado 3-3 en el Camp Nou. Y el 9 de junio, volvió a emularlo a Maradona marcándole un gol con la mano al Espanyol que el árbitro dio por bueno. En la actual edición de la Liga Española lleva convertidos ocho goles en 14 partidos. En la presente Liga de Campeones de Europa, jugó cinco encuentros y marcó cuatro tantos. Y con la Selección en las Eliminatorias, fue titular en los cuatro partidos disputados hasta aquí, hizo dos goles, ante Venezuela y Colombia y le sirvió a Riquelme uno de los que les hizo a Bolivia, al cabo de un slalom memorable.
Quizás haya sido la Selección su gran asignatura pendiente. Sin que nunca haya defraudado, Messi todavía no jugó con la celeste y blanca en el pecho, como lo ha hecho en el Barcelona. Ha tenido espasmos, raptos de genio y habilidad. Pero nunca un partido completo funcionando con corriente continua. Tal vez esté demasiado presionado por demostrar en cada pelota que es el mejor de todos y eso lo lleve a exagerar su individualismo en detrimento del equipo. Tal vez seamos nosotros, público y periodistas, los que le estamos exigiendo de más. Pero lo cierto es que, sea por la razón que fuere, los argentinos aún no hemos podido paladear, en directo y en la cancha, la mejor versión del mejor Messi que explota en las pantallas de la tele. Ese que tiene la costumbre de deslumbrar a cada paso que da en los estadios europeos. Ese que más temprano que tarde, será el número uno. Seguramente. A veces nos olvidamos que el mejor jugador del fútbol argentino tiene nada más que 19 años. Y toda la gloria y todo el fútbol por delante.
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