Lun 23.09.2002
libero

LE GANO 2-1 A INDEPENDIENTE Y LE QUITO EL INVICTO

River paró la marea roja en Avellaneda

El puntero había preparado la celebración y soñaba con una victoria que le permitiera sacar seis puntos de ventaja. Pero chocó contra Angel Comizzo y un cabezazo de Lucho González le dio vuelta el partido. El equipo de Núñez terminó controlando un partido difícil, y D’Alessandro amplió sobre el final. El descuento de Pusineri no alcanzó.

› Por Adrián De Benedictis

Estaba todo preparado para la fiesta, pero el festejo nunca pudo concretarse. Independiente venía gozando del éxito, y para recibir a River había dispuesto de toda su “artillería”: el recuerdo de 13 goles en los dos encuentros anteriores, un marco imponente, el colorido con el cotillón y las bengalas que decoraban el escenario, pequeñas bombas de estruendo, las ya conocidas “diablitas” desplegando su coreografía en el centro del campo, y hasta un agregado extra: Boca había desperdiciado, horas antes, la chance de sumarse a la punta, y entonces la diferencia que podía alcanzar si vencía a River habría sido más grande. Pero todo eso no le sirvió de nada al conjunto de Avellaneda.
De a poco, el delirio, las sonrisas, las alegrías y el entusiasmo se fueron diluyendo a medida que pasaban los minutos y que el sol se perdía para darle lugar a un cielo oscuro. Durante el primer tiempo, sus hinchas reconocían con aplausos los esfuerzos y los lujos de sus jugadores que, con su juego habitual de rápida circulación, convertían a Angel Comizzo en la figura de la cancha. En esa primera etapa eran todos elogios. Primero cuando Serrizuela estuvo cerca de convertir con un corner, y luego cuando el marcador lateral ejecutó un tiro libre que el arquero sacó por arriba.
El entusiasmo crecía cuando Montenegro se lo perdió mano a mano con Comizzo, al rematar afuera, y más tarde cuando Silvera remató por arriba un centro de Serrizuela.
–¡Bien, Cuqui! –le gritaban a Silvera.
–¡Grande, Serrizuela –vivaban al lateral.
–¡Maestro Rolfi! –elogiaban al volante.
Mientras, Comizzo volvía a lucirse cuando le desvió un cabezazo al propio Silvera. En el final, Montenegro volvió a estar cerca de marcar, pero su derechazo salió al lado del palo.
Toda la euforia del principio desapareció en el segundo tiempo. Solamente tuvo que aparecer Luis González para convertir el primer gol de River, tocando suave debajo del arco un centro de Alejandro Domínguez, para que los mismos que alababan a sus jugadores comenzaran a irritarse con los mismos futbolistas.
–¡Apurate, idiota! –le gritaban al arquero Díaz.
–¡Este tira los centros como yo! –se enojaba uno con Insúa.
–¡Corran, carajo! –les exigían a todos...
Así había cambiado Independiente. Para colmo, ahora era Díaz el que tenía que revolcarse: respondió bien ante Zapata primero, y luego ante un zurdazo de González.
Ya River ejercía la supremacía, y el nerviosismo de los locales estaba en su punto más alto. Después de que Comizzo le negara el empate a Federico Domínguez en dos ocasiones, D’Alessandro convirtió el segundo gol en un contraataque perfecto: Zapata corrió casi toda la cancha, la abrió a la derecha, y el juvenil definió con gran categoría después de sacarse un defensor de encima. El descuento de Pusineri en el final no logró calmar la bronca.
Independiente dejó el invicto, la fiesta, el color y el goce para otro momento. Sus perseguidores se acercan. “Nos tienen de hijos”, se escuchó. La despedida fue similar a una tragedia.

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