Lun 19.05.2003
libero

Por goleada, por nocaut, por abandono

› Por Juan José Panno

Es sábado a la tarde de hace algunas décadas. Por la calle no pasa un solo auto. Se está jugando un desafío entre los pibitos de la cuadra de acá y los de la cuadra de allá y vos sos uno más. El partido es de hacha y tiza, dice un jovato, sentado en un banquito en la puerta de su casa. La Pulpo va, viene, rebota, se moja en el agua podrida del cordón de la vereda y sale loca en un rechazo alto hasta la terraza de uno de los vecinos más odiados del barrio. Vos sos uno de los que va a pedirla. Desde adentro te dicen que ya va, que cómo no, que enseguida la van a devolver. Y después de una absurda y agónica espera de un par de minutos ves cómo la pelota de goma, mortalmente partida en cuatro, cae sobre el empedrado. Lo peor es que también lo ves al tipo espiando por la rendija de la cortina y descubrís que le está bajando un hilito húmedo del labio inferior: la baba del Diablo.
No podrás sacarte esa imagen así nomás y en tu carrera de deportista amateur y espectador profesional te cruzarás con el tipo una y otra vez. Ahí está: es el gordito culón de pantalones cortos y medias tres cuartos que se lleva la pelota bajo el brazo porque va perdiendo; es el cana que maneja el autito y frena de golpe en la esquina para que dejes de jugar; es el compañero que falta sin aviso en un picado; es el de tu equipo que se hace el gil y mira para otro lado cuando hay piñas con los contrarios; es el director técnico que te dice que confía en vos, que te prepares y el día del partido pone a otro; es el referí bombero que te cobra un penal que vos y sobre todo él, saben que no fue.
Esta ahí, lo ves clarito: es el guanaco que escupe desde lo más alto de las tribunas a los hinchas de su misma bandera; es el que se cuelga del alambrado para que no se pueda seguir jugando porque a su equipo lo están goleando; es el corredor de autos rezagado que no tiene ninguna chance de ganar y le barre la pista al que le sacó una vuelta; es el boxeador que refriega el guante sobre el arco superciliar que le hiciste sangrar de un cabezazo al rival; es el jugador de rugby que te patea deliberadamente los testículos en un scrum y después te pide disculpas en el tercer tiempo.
Lo ves, no podés evitarlo. Es el dirigente que soborna, transa y corrompe mientras se declara transparente; el que les saca la guita a los clubes pobres para darles a los clubes ricos; el que les regala el patrimonio del club a los extranjeros; el jugador contrario que te sobra cuando va ganando y ni te saluda cuando va perdiendo; el aguatero que les da agua envenenada a los contrarios; el médico que les da ayudín a los propios; el alcahuete que les chupa las medias a los capos de los organismos internacionales; el que vende a la madre; el que entrega a un hijo por un gol; el peor de todos.
En este absurdo domingo vacío cómo no traerlo a la memoria, cómo no recordar a tamaño hijo de mil millones de brujas.

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