Lunes, 29 de diciembre de 2014 | Hoy
MASCHERANO
El futbolista del año, básicamente por lo que simbolizó en el Mundial de Brasil.
Por Juan José Panno
Los argentinos tenemos un costado masoquista, y por eso nos persigue la imagen del rubiecito alemán Götze bajando la pelota con el pecho antes de clavar el zurdazo a la red en el arco de la derecha de nuestra pantalla.
El costado llorón nos lleva a ese mismo arco, al momento en el que Neuer ya rechazó la pelota con los puños, pero arremete con su rodilla levantada contra la humanidad del Pipita Higuaín, cometiendo un penal que el referí no cobró y la santísima madre que lo parió.
Nuestro costado canchero y sobrador nos hace revivir el canto de los hinchas repetido como disco rayado en cada estadio donde tocó jugar: “Brasil, decime qué se siente...”.
El costado ingrato nos hizo decir que todo bien con Messi, pero, ¿por qué no hizo en la ultima parte del Mundial los goles que hizo en la primera, o por qué no hizo los goles que está acostumbrado a hacer en el Barcelona?
Somos una mezcla de todo eso, pero seguramente donde más y mejor nos gusta reflejarnos es en el costado heroico de los nuestros. Por eso, la imagen más fuerte que nos queda del Mundial de Brasil fue la de Javier Mascherano evitando el gol de Robben en el minuto 90 de la semifinal contra los holandeses. Fue en esa jugada, en ese cruce milagroso cuando el soldado heroico se jugó la vida, haciéndose inmortal. Era gol de Robben y derrota porque ya no quedaba más tiempo para nada, pero no fue gol porque estaba Mascherano para llevar el partido al alargue y a los penales; y estaba después de nuevo Mascherano, aliado de la gloria, para asegurarle a Chiquito Romero que se convertiría en héroe, terminando de inscribir en la historia su página mejor.
El balance del año del emblemático volante de la Selección Argentina no puede empezar por otro lado que no sea el del Mundial, sus apariciones fulgurantes, su carisma, su voz de mando, su calidad de capitán sin galones, su corazón abierto para contagiar a sus compañeros. Como volante –a veces metido entre los marcadores centrales– en la Selección Nacional dio todo cuanto tenía y se erigió en símbolo de un equipo que no brilló por su juego, pero asombró por su coraje. Como defensor central en el Barcelona cumplió un año más en un nivel altísimo, aunque el equipo ya no es lo que era hace un par de temporadas.
Dos detalles muy significativos, que van más allá de la curiosidad, en la vida de este sargento Cabral del fútbol argentino: 1) nació en la ciudad de San Lorenzo; 2) una de sus hijas se llama Alma.
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