Los fanas de Boca no olvidarán así nomás este año. A la hora del típico balance enumerarán, en orden de importancia, la Copa Intercontinental, la Libertadores, el Apertura, el baile en el Monumental, los tres triunfos contra River en el verano, la victoria del Cienciano en la final de la Copa Sudamericana y la pésima actuación del clásico rival en la segunda parte del año. El hincha de Boca medio, embriagado de alegría con los penales de Japón, enfermo de gula, disfrutó sin demasiado disimulo de la derrota de River en Perú, la frutillita del postre.
Los éxitos de Boca fueron notables en el 2000 también. En ese año, el equipo que dirigía Bianchi ganó un campeonato local, la Libertadores, después de eliminar a River, y la Intercontinental, pero en aquella ocasión el cuadro de Núñez no anduvo tan a los tumbos, peleó los dos campeonatos locales, ganó uno, y en el verano al menos se impuso en uno de los tres partidos que disputaron.
Boca es más cuando River es menos. Y lo mismo a la inversa. Ocurre que en los últimos tiempos se ha exacerbado la rivalidad al tiempo que se fue dejando de lado la hipocresía, y por eso a nadie sorprendió que los hinchas de River cantaran por el Bayern Munich cuando Boca perdió la Intercontinental del 2001 o que algunos jugadores de Boca corearan “el que no salta no va a Perú” en los vestuarios tras ganar la Intercontinental.
Los fanas de Boca no olvidarán así nomás este año. ¿Qué más podían pedir? ¿Que el equipo jugara mejor al fútbol? ¿Que brillara? ¿Que deslumbrara? ¿Que mostrara algo más que coraje y solidez? ¿Que fuera el mejor y no el menos malo? No parece que sea algo que en estos días de gloria les importe demasiado.