FúTBOL › ARGENTINA HIZO UN GRAN PAPEL EN 1957
Aquella inesperada gloria del Sudamericano de Lima
POR DANIEL GUIÑAZU
Nadie creía en ellos, sólo ellos. Los dirigentes de la AFA ni siquiera se tomaron el trabajo de confeccionarles un uniforme: los mandaron a la ceremonia inaugural con la camiseta celeste y blanca y el pantalón corto, mientras todos los demás desfilaban de saco, camisa y corbata o con elegantes buzos. Pero ese papelón no les importó. Cuando la pelota se puso en movimiento, esos hombres se olvidaron de todo y derrocharon fútbol. Tanto que les tomó apenas seis partidos entrar en la historia como uno de los mejores equipos de todos los tiempos.
El seleccionado argentino campeón sudamericano de 1957 en Lima se armó de apuro, como se armaba la mayoría de los seleccionados en aquellos tiempos. Apenas un par de prácticas a principios de marzo y al avión. Poco tiempo le llevó a Guillermo Stábile, el técnico de todos los seleccionados nacionales desde hacía 20 años, elegir a los titulares. Su mirada experta (y un par de charlas con Carlos Peucelle) lo convencieron rápido: Rogelio Domínguez (Racing); Dellacha (Racing), Vairo (River); Giménez (Racing), Pipo Rossi (River), Schandlein (Boca); Corbatta (Racing), Maschio (Racing), Angelillo (Boca), Sanfilippo (San Lorenzo), Cruz (Independiente).
Debutaron el 12 de marzo ante Colombia, en el estadio Nacional de Lima. Ese primer partido fue arrasador, el preludio de todo cuanto vendría después. Argentina goleó 8-2 con cuatro tantos de Maschio, dos de Angelillo, uno de Cruz y otro de Corbatta. Sanfilippo, el artillero del equipo, no pudo convertir y lo pagó caro: en el segundo encuentro frente a Ecuador, cuatro días más tarde, perdió la titularidad a manos de Enrique Omar Sívori (River) y nunca más volvería a recuperarla.
Sívori, un gambeteador empedernido, participaba en el armado de juego más que Sanfilippo. Y con ese cambio, el equipo ganó más fútbol aún. Siguieron los shows y las goleadas: 3-0 a Ecuador, 4-0 a Uruguay, 6-2 a Chile. “Don Pedro del área” Dellacha se paraba en el medio del área y alejaba todo el peligro. Rossi manejaba con sus gritos a sus compañeros, a los rivales y al árbitro. Corbatta se tiraba atrás para arrancar y armaba desparramos con su habilidad. Cruz desbordaba cuantas veces se lo proponía por la izquierda. Maschio, Angelillo y Sívori encaraban y llegaban al arco como una luz, cualquiera por cualquier lado. Imposible pararlos.
El 3 de abril llegó Brasil, el rival que todos esperaban, el único capaz de enturbiar la consagración inminente. Todo el país siguió esa noche hasta bien tarde el partido a través de Radio El Mundo y su Red Azul y Blanca de Emisoras con los relatos de Fioravanti y los comentarios de Horacio Besio y Enzo Ardigó. Sus voces emocionadas dieron cuenta de un banquete de fútbol y goles. Angelillo, Maschio y Cruz convirtieron, Argentina ganó 3-0 y se aseguró el título sudamericano que ya había ganado dos años antes en Santiago de Chile. Quedaba una derrota por 2-1 ante Perú, cuando la cabeza ya estaba en otro tema, pero era imposible manchar la gloria conseguida.
Historia repetida: llovieron ofertas desde Europa para comprar a los mejores de este equipo sensación. Los dirigentes se guardaron las medallas que habían prometido como premio y se dedicaron a desarmarlo prolijamente, pese a que un año más tarde esperaba el Mundial de Suecia. Real Madrid se llevó a Rogelio Domínguez, el Inter a Maschio, el Milan a Angelillo y la Juventus a Sívori, pagando 10 millones de pesos con los que River pudo construir la tribuna que le faltaba al Monumental. Las consecuencias fueron el 1-6 contra Checoslovaquia y lo que siguió después.
Brasil hizo todo lo contrario: reforzó el equipo que había sido subcampeón con Pelé y Garrincha y dio, en Suecia, la primera de sus cinco vueltas olímpicas al mundo. Si la Argentina hubiera podido conservar un año más, no más, aquel equipo memorable que dejó sembrada, en 1957, una semilla de fútbol en la Lima de los virreyes, esa gloria, quizá, pudo haber sido nuestra.