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Por Juan Jose Panno

Las cámaras de la televisión lo engancharon justo al Coco Basile cuando hacía los cuernitos en una llegada de Carlos Tevez, en el primer tiempo. El cabulero DT de Colón no necesitó recurrir demasiado al viejo método de defensa a control remoto porque Boca llegó más bien poquito en todo el partido y casi no creó situaciones de gol, tal como le ocurre a menudo, en un campeonato en el que nadie se destaca por hacer goles y ni siquiera acercarse. Colón tampoco llegó mucho, pero Miguel Angel Brindisi no hizo los cuernitos cuando Ismael Blanco quedó cara a cara con Abbondanzieri y liquidó el partido. En realidad sí, como Basile hizo el clásico gestito de distinguir al índice y el meñique del resto de los dedos nadie de la tele se avivó. Si todo pasa por una cuestión de protuberancias en la cabeza, para Boca no habría estado mal que las tuviera Schiavi cuando cabeceó hacia atrás esa pelota que terminó en el gol. Si hubiera tenido cuernitos, la pelota se pinchaba ahí mismo y no había ni gol ni desazón bostera, ni tanta alegría velezana ni consuelo gallina, ni la sensación generalizada de los neutrales de que con Bianchi era otra cosa.
Los cuernitos de Basile pertenecen al más puro folklore futbolero y no es por ello –se presume– que Colón esté prendido en la pelea, a 3 puntos de Boca y River. La verdad es que en este pobre campeonato con un promedio de gol bajísimo (2,05 por partido) puede pasar cualquier cosa. Tan mediocre es todo que Independiente, que igualó con Central en 90 minutos terroríficos, fue el único grande que no perdió. Tan extraño es todo que el puntero, Vélez, se comió 6 goles con Boca, cuyos ataques ahora se diluyen con simples cuernitos.