FúTBOL › LA ACTITUD DEL EQUIPO SUPUESTAMENTE INFERIOR FUE DECISIVA
› Por Ariel Greco
Un buen ejercicio para entender el superclásico de ayer sería ubicar el partido en la década pasada. Fue un encuentro típico de los ’90, cuando Boca imponía su paternidad basado en la convicción y la obligación con que encaraba ese tipo de compromisos, frente a un adversario que generalmente llegaba con más aire y menos urgencia, pero que terminaba frustrado. Ayer se dio ese partido, sólo que con las camisetas cambiadas.
Los campeonatos que celebraba River en la década pasada contrastaban con la confusión que mostraba Boca, casi siempre al borde de quedar afuera de todo al momento de disputar el clásico, para prolongar una racha sin éxitos. Casi como este equipo de Passarella y Aguilar. Está claro que River asumió el partido con la necesidad de salvar el año. Con esa actitud se paró en la cancha, con esa certeza se fue erigiendo en dominador y con esa convicción construyó una victoria más que justa. Y sólo la falta de ambición en la segunda parte le impidió llegar a una goleada histórica.
El mensaje que bajó Passarella en la semana no pudo llegar más concreto. Al reservar a varios titulares ante Argentinos, dejó en evidencia que le interesaba más el clásico que el propio Apertura. De otra manera no se entiende haber hipotecado las chances en el torneo, sabiendo que ahora hay dos semanas de receso por los partidos de la Selección en las Eliminatorias. Pero, para ayer, la apuesta le salió perfecta: sus jugadores mostraron más actitud que los rivales y físicamente marcaron claras diferencias ante un adversario que lució agotado y sin respuestas.
Del otro lado, con el colchón que le dan los títulos de los últimos tiempos y su posición en la tabla, Boca salió muy tranquilo a pisar el Monumental. Demasiado tranquilo. La llevaba bastante bien hasta el primer gol, se derrumbó totalmente a partir del segundo. Como le ocurría a River en los ’90, Boca se sintió superior. Con la seguridad de que en el terreno futbolístico, a la larga, se iba a terminar imponiendo. Claro que los clásicos tienen otros condimentos. Y a partir de los imponderables –dos goles en menos de diez minutos cuando todavía no había tantas diferencias–, a Boca se le cayó la estructura. Entonces se expuso a la goleada y terminó confundiendo actitud con guapeza, al límite de sufrir más expulsiones que la de Banega. Para seguir con las similitudes, el comportamiento del equipo de Russo ayer se asemejó a aquellos clásicos de hace diez años en los que River perdía y Hernán Díaz terminaba expulsado.
La celebración fue toda del conjunto de Passarella. “Ellos festejan clásicos, nosotros festejamos campeonatos”, era el lógico argumento del mundo River de aquella época, ya que a Boca, el envión del clásico, muy pocas veces le servía de plataforma de despegue. Luego de la enorme alegría de ayer, al entrenador y a sus jugadores se les plantea ese desafío: poder proyectarse como candidatos y diferenciarse de aquellos equipos de Boca. Por lo pronto, los resultados de ayer y la irregularidad del torneo le hacen un guiño cómplice.
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