FúTBOL › OPINION
› Por Daniel Guiñazú
A los 19 años, Diego Buonanotte da la medida exacta del jugador atorrante, raza en extinción por mandato directo de los técnicos que pretenden que todo el fútbol quepa entre sus manos. Retacón (1,60 m de estatura, 59 kilos de peso), habilidoso, encarador, guapo, pícaro, no siempre inteligente, califica como distinto en el mejor sentido de la acepción. Tiene algo que lo caracteriza: cada intervención suya activa el sistema nervioso del partido. Toca la pelota y nada es como había sido hasta entonces.
Hace siete días, entró en el segundo tiempo contra Central y reavivó a un equipo que había extraviado todas las respuestas. El miércoles, ante Argentinos, volvió a ingresar en la segunda etapa y volvió a sacudirlo a River antes de la goleada del final. Passarella depositó ayer un equipaje pesado sobre sus espaldas angostas: lo transformó en titular frente a Boca y en los noventa minutos más decisivos del semestre. Y Buonanotte no le sacó el cuerpo al convite. Al decir de la tribuna, se la bancó.
Fue fiel a su estilo, a su manera de sentir el fútbol. La pidió siempre, no se achicó nunca, gambeteó, generó un montón de infracciones en las cercanías del área de Boca, forzó el foul de Paletta que generó el penal que Ortega convirtió dos veces, y lo hizo amonestar a Neri Cardozo después de haberle tirado un hermoso caño pisándole la pelota hacia atrás por entre sus piernas. En el balance global del superclásico, quizá lo suyo se haya situado un paso por detrás de lo que produjeron Ortega, Falcao y Belluschi. Pero, sin dudas, fue más valioso que lo de cualquiera. El peso del partido más grande de todos pudo haberlo achicado. Pero Buonanotte eligió ponerle el pecho a las balas.
Tiene que aprender el petiso, debe mejorar. A veces, la corrida de sus patitas cortas no limpian la cancha, más bien aportan confusión y choques. Otras veces, debería largarla un metro y un segundo antes. Pero todo eso se aprende con el tiempo y los partidos. Lo que vale es el espíritu. Y Buonanotte reivindica al fútbol vivido en un estado de completa libertad, sin mesura.
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