FúTBOL › OPINIóN
› Por Daniel Guiñazú
¿Ha nacido un nuevo liderazgo en la Selección? Juan Sebastián Verón, desde el arranque mismo del partido, asumió el rol de conductor que siempre pareció reservado a Juan Román Riquelme. No dio la mejor versión de sí mismo. Cada vez que tocó la pelota, debió soportar el murmullo y los silbidos ensañados de aquellos que siguen creyendo que Argentina se fue en primera ronda del Mundial de Corea y Japón por su exclusiva culpa y cargo. Pero aun así le alcanzó para ser uno de los jugadores más claros del equipo, de los pocos que tuvieron idea de qué manera había que hacer las cosas ante los ecuatorianos, el que puso los mejores pases. Fue, por encima de todo eso, un director de juego. Capaz de marcar jugadas, hacer indicaciones y ordenar el desorden, aunque no siempre sus compañeros hayan sabido corresponderlo.
No debería sorprender que Verón se haga cargo de estas responsabilidades. De hecho es lo que hace, partido a partido, en Estudiantes, donde es genio y figura, dueño y voz cantante del vestuario y de la cancha. Pero en la Copa América del año pasado, en Venezuela, su retorno a la Selección luego de cinco años de ostracismo dio un paso atrás y dejó que las luces del protagonismo alumbraran a Riquelme y a Messi, quienes terminaron siendo los dos jugadores más importantes. En aquel equipo, que perdió la final ante Brasil, Verón fue un correcto y obediente volante por la derecha, pese a que estaba claro que le sobraba paño para ser mucho más.
Ayer, parado como doble cinco por delante de la línea de Mascherano y por detrás de la de Riquelme, muy pronto hizo que todo el juego del equipo pasara por sus pies. Una de las maneras posibles de quebrar el tenaz y aplicado esquema que montaron los ecuatorianos en su propio campo era cruzar la pelota para la subida de volantes o defensores que vinieran vacíos desde atrás. Y exactamente eso hizo Verón. De su espléndido pie derecho partieron las mejores habilitaciones para los piques de Maxi Rodríguez y Heinze por la izquierda o para las entradas de Agüero. Y hasta algún toque y devolución con Riquelme como ladero. Pero no fue todo: también habló como pocas veces. Como si, ante la noche apagada que tuvo Román, hubiera sabido que él y ningún otro debía manejar los hilos de la Selección desde adentro.
En el segundo tiempo, con la entrada de Gago por Maxi Rodríguez y el pase de Mascherano a la derecha, Verón se acercó aún más a Riquelme, casi hasta convertirse en un doble enganche. Y cuando salió Mascherano y entró Cruz, se transformó en un volante por la derecha. En esa posición se alejó demasiado del área ecuatoriana porque tuvo más obligaciones defensivas, y tal vez exageró en el recurso de los pelotazos cruzados para la cabeza de Cruz o la de Heinze. Verón abandonó la cancha por una lesión recién en el último minuto. Pero dejó un alerta saludable: quiere ser líder de esta Selección. Además puede y debe serlo. Verón tiene que ser Verón siempre y no sólo cuando la inspiración de Riquelme desaparece de la escena.
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