El clásico de Avellaneda dejó una noticia de tapa: Racing no perdió. Y pese al 1-1 que Franco Sosa consiguió en el último suspiro del partido, dio un paso al frente. Si un equipo está habilitado para poner el fútbol que puso la academia en el primer tiempo, hay lugar para el optimismo, por más que en la segunda etapa haya chocado mucho más de lo que jugó, no abunden los jugadores de jerarquía, y Lugüercio haya sido capaz de errarse goles con el arco libre.

En cambio, Independiente no sumó con la igualdad. Y no sólo porque Borghi exageró su afán conservador con tres cambios que, como el miércoles ante Estudiantes en La Plata, terminaron perjudicando antes que beneficiando. Los rojos hicieron agua siempre. Con Montenegro, Federico Higuaín, Gandín y Núñez en la cancha; y sin ellos, cuando el técnico los fue quitando de a uno. Hubo tantos problemas en el medio para recuperar y sostener la pelota en el medio, tantas dificultades en el fondo para cerrar los costados, y tan poca peligrosidad adelante, que lo único bueno que le sucedió a Independiente en la tarde es que empató un partido que, sin dudas, debió haber perdido.

Por eso, el saldo es positivo para Racing. Dentro de lo mal que está, mostró algunos signos de recuperación anímica y futbolística. Nunca fue menos que Independiente y varias veces fue más. Y acaso por eso, Juan Manuel Llop haya pospuesto el anuncio de su renuncia que la cátedra futbolera daba por hecho. Está claro que la Academia sufrirá mucho más de lo que gozará en lo que queda del campeonato y en toda la temporada. Pero una cosa es dirigir un equipo inerte, que se cae y deja de dar respuestas ante el primer soplo adverso, y otra conducir a un grupo que reacciona, no se rinde y presenta batalla aunque no le sobren las ideas y lo desborden las presiones. Cuando todos lo daban en el fondo del pozo, a cada momento del clásico, Racing supo estar. No está mal para empezar a ganar el duelo a los malos presagios.