TENIS › OPINIóN
› Por Pablo Vignone
Cuando la Argentina accedió a la semifinal de la Copa Davis, en abril pasado, en esta columna se subrayaba la “posibilidad histórica de ganar por primera vez la Davis sin moverse de Buenos Aires”, y se señalaba la “oportunidad dorada” que las circunstancias planteaban: un sólido Nalbandian, invicto como local, ladeado por figuritas capaces de brillar en el nido propio. Figuritas entre las que no se incluía, obviamente, al tandilense Juan Martín del Potro, quien, por entonces, se ocupaba más de las frecuentes lesiones de su espalda que de bañarse en champán, afincado en un pálido 78º puesto del mundo. Al punto que, una semana después de aquella victoria 4-1 sobre Suecia en el Parque Roca, el tandilense ni siquiera podía superar la qualy del Masters Series de Montecarlo, cayendo ante el francés Marc Gicquel, un laburante de 30 años que entonces era 56º del ranking.
Pero el deporte es mágico como una caja de sorpresas: cinco meses después, Gicquel es 40º, pero Del Potro avanzó más de 60 casilleros para ubicarse 13º del mundo y, dos días antes de cumplir 20 años, meter a palazos a la Argentina en la tercera final de su historia en la Davis, una posibilidad que en abril parecía concreta y en junio, cuando la debacle de la Legión Argentina en Roland Garros, una absoluta incógnita. Tuvo que ser el tenista que no estaba en los planes de nadie quien superara, en cinco meses, las lesiones y los sinsabores, acumulando una racha de 30 victorias en 36 partidos, para encarnar el papel de segundo singlista del equipo nacional. Sin que nadie lo reclamara. Por derecho natural.
Un dato: Rafael Nadal sólo perdió un partido en su campaña de Copa Davis, el de su debut. Del Potro puede sonreír frente a la comparación. Ya había debutado exitosamente en febrero de 2007, en Austria. Esta vez, como local, arrancó ganándole al 6º del mundo, dos días después venció al 19º, siempre en sets corridos, perdiendo apenas 14 juegos en la tarea. Y como la final de la Davis se jugará después de los Masters Series de Madrid y París-Bercy –que Nalbandian conquistó en 2007 y difícilmente logre en esta temporada, lo que le hará perder de seguro puntos del ranking, su condición de top-ten y, muy probablemente, su posición de primera raqueta argentina–, se puede soñar con otra oportunidad dorada.
La que supone un enfrentamiento final entre los dos número 1 de los finalistas, de Argentina y España, Del Potro y Nadal. Jugando el cuarto punto de la final de noviembre, sobre superficie rápida, en la que el tandilense (“en polvo de ladrillo no tenemos chance”, sentenció) ha basado su vertiginoso ascenso de los últimos torneos. Si la Argentina llegara 2-1 a esa instancia, un triunfo del tandilense sobre el mallorquín (“sacarle los calzones del orto”, como lo expresó más que gráfico) significaría de forma automática la ansiada conquista de la Copa Davis. ¿No sería ésa una auténtica fábula del deporte?
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