Lunes, 24 de noviembre de 2008 | Hoy
TENIS › EL CORDOBéS EJERCIó DE MANERA NEGATIVA SU LIDERAZGO FUERA DEL COURT
En la interna del equipo nacional, asumió un rol poco comprometido con el éxito general. Se cortó solo cuando las papas quemaban y obligó a otros a dar la cara por él. Probablemente haya sido su última actuación en la Davis por un largo rato.
Por Facundo Martínez
Desde Mar del Plata
El liderazgo de David Nalbandian en la serie final de la Copa Davis resultó una de las características más controvertidas del equipo argentino. Lejos del gran espectáculo que brindó dentro de la cancha del Polideportivo Islas Malvinas de esta ciudad, donde jugando a un máximo nivel consiguió el primer punto de oro en su partido frente al siempre combativo y ex top-ten David Ferrer, su participación fuera del court estuvo muy lejos de lo esperado y hasta trabajó en contra del objetivo común que se habían propuesto los jugadores.
El cortocircuito comenzó con la elección de la sede para la final. El cordobés se apresuró al afirmar que los jugadores preferían disputarla en Córdoba, su provincia, lo que impulsó a Juan Martín Del Potro, a pesar de su juventud y de su escasa experiencia en Copa Davis, a desautorizarlo, proponiendo a la ciudad de Mar del Plata, ciudad mucho más cercana a su Tandil natal. Incluso más allá de los tironeos políticos que terminaron inclinando la balanza en favor de la ciudad balnearia, Nalbandian tomó el tema como algo personal y no se cuidó de ocultar su fastidio. En esos días circuló el rumor de que el cordobés, enojado, desistiría de jugar la serie. No pasó eso, pero a partir de ese momento algo se rompió entre él y Del Potro y ya nadie, ni siquiera el capitán del equipo, Alberto Mancini, pudo ayudar a restablecer el vínculo entre ambos jugadores.
Ese mismo motivo también lo llevó a enfrentarse con los dirigentes de la Asociación Argentina de Tenis, en especial con el presidente Enrique Morea, a quien desmereció a través de una carta pública. Tampoco se comportó como líder cuando pidió modificar varias veces la velocidad de la cancha, que debió ser pintada y repintada a su gusto, sin el acuerdo de los otros integrantes del equipo nacional, ni cuando pidió una modificación en la escala de los premios que ya estaban estipulados.
Pero la gota que colmó el vaso fue su deserción en la conferencia posterior a su derrota en el dobles. Su sonrisa de la primera jornada, cuando luego del triunfo ante Ferrer explicó ante la prensa que había jugado “un partido casi excelente”, mutó en bronca desmedida y una actitud claramente negativa. Sin siquiera bañarse abandonó el estadio y faltó a la cita con la prensa, lo que motivó que la Federación Internacional de Tenis (ITF) lo sancionara con una multa de 10 mil dólares. Terrible: en un momento clave, quizás en el peor momento de la serie, cuando sus compañeros más lo necesitaban, se borró olímpicamente y dejó solos en la línea de fuego a Calleri y a Mancini, quien terminó ensayando ante la prensa nacional e internacional una justificación poco feliz, sin poder ocultar las fisuras internas del grupo.
Tampoco dio la cara en la última conferencia, donde se lo esperaba para analizar el resultado de la serie en la que los argentinos habían partido como claros favoritos. Otra vez Mancini dio la cara por él, pero tampoco alcanzó. Suele decirse que una imagen vale más que mil palabras, y todos los presentes ayer en el Polideportivo fueron testigos de dos actitudes que terminaron de encasillarlo como un líder negativo.
Tardó en acudir a consolar a Acasuso tras su caída frente a Verdasco y, cuando lo alcanzó, pareció ser demasiado tarde; cuando el equipo argentino se fue alicaído rumbo al vestuario a acondicionarse para la premiación, regaló otra postal de su liderazgo trunco: Calleri, Del Potro y Acasuso se fueron juntos por el lado interno del court, y Nalbandian lo hizo absolutamente solo, por el lado externo y detrás de los carteles, en la que, a partir de todo lo sucedido, probablemente sea su última imagen como jugador de Copa Davis, al menos en el corto y mediano plazo.
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