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Los de afuera son de palo
Por Diego Bonadeo
Diez años atrás, en los tiempos en que Vélez acumulaba títulos nacionales, continentales e intercontinentales jugando al “fútbol-voley”, con Chilavert y Trotta como lanzadores y el Turu Flores y Asad como rematadores, algunos oráculos del tacticismo y la cibernética decidieron que Carlos Bianchi fuese rebautizado como el “Virrey de Liniers” por ser el director técnico de aquel equipo que implantaba, a principios de la década de los ‘90, aquella explosiva mezcla de los dos deportes.
El histórico y equívoco discurso de la modestia del plantel, que realzaba especialmente al responsable del cuerpo técnico, nunca ponderó realmente aquel conjunto de individualidades que desde Chilavert hasta Flores, pasando por Sotomayor, Cardozo y todo el resto, era por mucho, lo mejor del fútbol vernáculo de aquellos años. Casi todos, cada uno en su función, estaban entre los tres mejores del país. Pero los mandatos de la cámara de piso de la tele, que apuntan tanto más a los que miran o hacen como que dan instrucciones desde el banco con gritos o gestos, que a los que meten caños, gambetean, hacen goles o se equivocan en la cancha, decidieron que los personajes eran justamente los que alguna vez el “Negro Jefe” –Obdulio Varela, capitán del seleccionado uruguayo campeón mundial de 1950– lapidó con aquello de “los de afuera son de palo”.
Ya antes del gol de Pusineri para el empate con Boca, que le daba a Independiente el respiro de llegar a la última fecha con tres puntos de ventaja, y pese a la levantada de Boca, presiones, mensajes, resultados y demás se querían llevar puesto a Tabárez. Y hacía rato también, en los “mentideros verdaderos” se murmuraba del retorno de Carlos Bianchi a la dirección técnica de Boca, en especial después de su abortada incorporación a la selección mexicana.
No se trata solamente de bizarrear la cuestión desde el chascarrillo de algún sabio ocurrente, que insiste en trasladar el santuario de San Cayetano a la casa de Bianchi, en inequívoca referencia a la fortuna deportiva del técnico, que de ser así podría conseguir pan y trabajo para todos los promesantes, sino de insistir por enésima vez en que el fútbol es una actividad demasiado lúdica para que las decisiones que se tomen a su respecto pasen exclusivamente por la presunta seriedad de dirigentes bien trajeados y con vocación de poder político –que nada tiene que ver con la vocación política– y que el fútbol es una actividad demasiado lúdica para que, por pensar en “los de palo”, se olvide a los que juegan.