Lun 27.06.2011
libero

FúTBOL

No pasa nada

› Por David Cufré

Escribo el viernes porque el domingo no sé qué será de mí.

Por qué determinada combinación de notas musicales nos estremece, nos pone eufóricos o nos lastima. Qué hay ahí. Por qué nos gustan ciertos ritmos, canciones e intérpretes y otros no. Y lo que a mí me conmueve, a otro ni fu ni fa. Allí debe haber herencia, geografía, identificaciones, sensibilidades, imaginarios, ideologías, representaciones. Como sea, en un punto esas melodías pasan a ser parte nuestra. Nos las apropiamos. Yo soy esa canción que elegí. Me constituye. ¿Mi vida sería la misma sin The Cure a los diecisiete años? No. ¿O sin ese recital de Radiohed del 24 de marzo de 2009? No. Y para otro su paso por este mundo no sería lo mismo sin los Beatles, Mercedes Sosa o Ricardo Arjona. El ejemplo se puede ampliar todo lo que uno quiera. ¿Sería yo sin La otra mujer de Woody Allen? Para los que nos gusta el fútbol, o al menos para mí, la elección de nuestro equipo es igual de fundante que la identidad. No es algo ajeno, es algo muy propio, y a la vez colectivo. ¿Qué importancia tiene si River gana o si pierde, si sale campeón o sale último, si juega en primera o juega en la B? Que allí estoy yo. El que gana o pierde soy yo, el que sale campeón o último soy yo, el que juega en Primera o en la B soy yo. Es así de absurdo. Cada semana. Y como dice mi suegro, ganamos, perdemos, pero mejor que ganemos. Vamos a estar más contentos. Es así de básico. Es la vida cotidiana. Sin embargo, creo que la clave está en lo que sigue: en medio de esa cotidianidad se va enredando la vida de uno. Se construye historia. ¿O sería lo mismo la relación con mi papá sin las apuestas de chocolates Jack cuando jugaban River y Boca y yo tenía seis, siete, ocho años? El, a manos de Boca, mi hermano y yo, a favor de River. En Boca jugaban Mouzo y Gatti, y en River, Passarella y Fillol. Son imágenes grabadas para siempre. ¿Y ahora mi hija Dana de seis años se divertiría igual si yo no le dijera, para convencerla de que se haga hincha de River, que existe el monstruo de Boca y si te muerde te pasa lo peor del mundo, que es que convertirte en bostera? Y las horas de profunda amistad compartidas en el Monumental con Gabriel desde los quince años hasta no hace tanto, charlando de todo mientras por la cancha pasaban Francescoli, Alzamendi, el Mencho, Ramón Díaz, Astrada, Aimar, Saviola, D’Alessandro, Cavenaghi, el Pipita. Y qué otro valor tendría en mi recuerdo el regalo que me hizo mi abuela el 14 de enero de 1986, cuando cumplí 16 años. Me dio unos australes que para mí fueron como oro, porque con esa plata fui hasta River y me hice socio hasta el día de hoy. ¡Y el primer partido que me tocó ver como socio fue el 5 a 4 contra Argentinos! Puedo seguir contando mi vida sin interrupción desde aquella infancia hasta ahora, pasando por el empate 1 a 1 con Nueva Chicago el día que me casé, el gol de Fabbiani a Central cuando nació Rocío, el baile que le pegamos a Colón cuando me mudé a Caballito. Si nos tocó irnos a la B –insisto en que estoy escribiendo el viernes– no pasa nada, y lo es todo. Cualquiera lo sabe. Lo mismo al revés.

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