“No fue un accidente sino una carrera de errores y negligencias”, señala Gabriel Furlan. En el año del centenario del nacimiento de Juan Manuel Fangio, el gobernador de la provincia, Daniel Scioli, se comprometió a repavimentar el autódromo que lleva el nombre del Quíntuple en Balcarce, inaugurado en 1972 y nunca reasfaltado. La habitual carrera de TC, en febrero de cada año, debió postergarse; trabas burocráticas demoraron la tarea y la competencia, prevista para septiembre de 2011, desapareció del calendario. La gobernación presionó a la ACTC y la competencia se reinstaló en el programa. El asfalto nuevo permitió reducir en casi cinco segundos el record de la pista, dueña de un historial de peligro, pero sin tragedias en carreras nacionales hasta ayer. El accidente de Agustín Canapino, el viernes, promovió la duda. El arrecifeño salió ileso de milagro: los apuros por el reasfaltado hicieron olvidar la tarea de arado de la tierra, necesaria para frenar los autos despistados en la riesgosa curva 1. Entre otras faenas postergadas o ignoradas. El titular de la ACTC, Oscar Aventín, anunció ayer bien temprano que pese al reasfaltado el TC no vuelve a correr a Balcarce hasta que no se termine el resto de las mejoras de infraestructura. En carrera, los servicios de rescate no pudieron retirar en cinco vueltas al Chevrolet de Laureano Campanera, que había golpeado contra el paredón en la zona de la chicana, y tampoco apareció la bandera de neutralización cuando el Ford de Emanuel Moriatis siguió de largo en la chicana, complicando el tránsito. Se generó una sensación de desastre latente que se estiró con la cadena: el rezagado que no se aparta, el polvaderal que se levanta en casi todos los autódromos argentinos cuando un auto se despista y tapa la visión de los pilotos, muchos de los cuales no aflojan ni levantan el pie del acelerador, especulando con ganar terreno en condiciones adversas... ¿Culpabilidad o responsabilidad? Una manera de hacer automovilismo está obligada a revisar sus procedimientos.