OPINION
¿De qué me querés hablar?
Por Juan Sasturain
Es proverbial: “Ya que no podemos cambiar la realidad, cambiemos de conversación”, dicen que dijo o hizo decir James Joyce, que no era de Boca ni de River ni peronista ni radical sino todo lo contrario. Un gesto evasivo, del irlandés, que los criollos suscriben desde la manifiesta impotencia de modificar algo al menos, en cualquier orden de cosas.
Por eso, en estos días, los hastiados conversadores –al borde del vómito– hemos practicado sistemáticamente una rayuela saltarina similar: “Ya que no podemos cambiar la política hablemos de fútbol”. Pero con variantes imprevistas, claro, sobre todo en los hinchas de Boca tras el primer resultado ante el avieso Paysandú, cuando la pobreza de actitud y rendimiento de los de cortos en el campo trajo aparejada la estampida de hinchas y simpatizantes hacia otros temas repentinamente atrapantes: el primer frío, el saqueo de los museos de Bagdad o las consabidas mujeres. Pero los bosteros deberán mirar de frente lo que se les viene, quiéranlo o no. Los de River, en cambio –borrachos o sobrios de tablón, desaforados o medidos de platea, simples hinchas–, con la seguidilla de buenos resultados y buen fútbol que vienen enhebrando, tienen más ganas de hablar de fútbol.
Pero todo puede cambiar en la corta: todo indica que si Boca le gana a Vélez en la doméstica y River no puede con Corinthians en casa y lo hacen trabajar sin ganar nada el Día del Trabajo, el Ingeniero empezará a hablar de cálculo de resistencia de materiales y Bianchi será otra vez –en la mesa del bar, en el living– un estratega genial y no un miserable que no sabe jugar de local.
En fin: también pueden palmar los dos en lo inmediato y se puede dar la insólita paradoja de que se encuentren un bostero y una gallinita y (se) digan: “¿Cómo ves el ballottage, hermano?”.