OPINION
Haciendo la antesala roja
› Por Pablo Capanna
Sucedió hace un par de semanas, durante la transmisión televisiva de un partido de la Copa Libertadores. En uno de los tiempos muertos del encuentro, uno de los periodistas abonados al campo de juego pasó la información: descontando la ida de Américo Gallego de Independiente, los candidatos a sucederlo eran el uruguayo Oscar Tabárez y Miguel Angel Brindisi.
–¿Y por qué no anotás al Cabezón Ruggeri? –sugirió, rápido, el relator.
–Cómo no –aceptó el convite el cronista aficionado a las preguntas incisivas.
El resultado es conocido. Las presiones que soporta Gallego para dar ya un paso al costado, abandonando su cargo –pese a que su equipo sigue siendo el campeón en ejercicio– son directamente proporcionales a la avidez de los dirigentes para que Oscar Alfredo Ruggeri ocupe el cargo que, por ahora, no está vacante.
¿Por qué semejante apuro? La semana pasada, el diario Olé publicó una encuesta entre hinchas de Independiente, mostrando fuera de toda duda el gusto generalizado.
Brindisi: 72,1 por ciento.
Ruggeri: 19,8 por ciento.
La preferencia es tan abrumadora como extraoficial la compulsa. Sin embargo, los dirigentes no darán marcha atrás. Para ellos, Ruggeri es el mejor candidato, piensen lo que piensen los aficionados.
Es lógico. Independiente es un club gerenciado de hecho. A nadie escapa que el poder político está subordinado al auténtico poder, el que encarna el empresario Daniel Grinbank. Fue Grinbank quien le bajó el pulgar a Gallego. Fue Grinbank el que decidió que Ruggeri, el candidato más barato de los que barajaron (¿tendrá acaso otro contrato?), será el próximo entrenador del plantel de Avellaneda.
No extraña. El empresario se introdujo en el área del fútbol porque, además de ser fanático de Independiente, advirtió la existencia de un terreno virgen para los negocios, una vez que la convertibilidad se fue al descenso y el sempiterno regreso de los Rolling Stones y Cía. pasó a ser un plan de otra galaxia. Adquirir jugadores, ponerlos en vidriera y venderlos más tarde no es una operatoria original.
Para Grinbank, hombre acostumbrado a negociar, a comprar y vender, a ganar más de lo que cede, tampoco podía existir duda alguna. Contratar a Ruggeri le asegura un pacto tácito con TyC. Buena prensa, medios a disposición, posibilidades de asociación para generar nuevos negocios en un campo todavía no explotado –aunque la vaca europea muestre signos de agotamiento–, son ventajas de mediano plazo de trascendencia mucho más real que un simple y llano gusto futbolístico. Aunque los paladares negros de la Doble Visera sientan asco ante la posibilidad de tener que aplaudir a quien consideran un hijo dilecto del bilardismo.
Pero, ¿por qué Grinbank no eligió a Brindisi para el cargo, si también es empleado de TyC? Porque si la sociedad queda consagrada, Ruggeri es el arma con el que se van a cargar a Marcelo Bielsa. No es ningún secreto que la voluntad del ex jugador, de tenues antecedentes como entrenador, es dirigir a la Selección, y sus métodos para concretar el deseo, como Bielsa lo denunció una semana atrás, no necesariamente pisan el campo de juego.
En ese marco, la contratación de Ruggeri en Independiente no es un paso más en este plan global para controlar los bancos de suplentes. Va en busca del premio mayor: lograr que nunca más un entrenador del Seleccionado vuelva a decirle que no al poder dominante.
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