No crecerás
Por Juan Villoro
Tal como los conocemos,
los niños se inventaron en el siglo XVIII. Antes eran aprendices de adultos,
hooligans para domesticar. Jean-Jacques Rousseau, profeta de la bondad innata
del cachorro humano, propuso proteger al niño de las perniciosas influencias
de la sociedad. Por una insólita ocasión, Voltaire estuvo de acuerdo
con él: El hombre no ha nacido malo; se vuelve malo de la misma
manera en que se enferma. La cruzada de Rousseau es la cruzada en favor
de una inocencia anterior a la cultura. A los doce años, el hombre ha
alcanzado la madurez de la infancia, ha vivido la vida de un niño, no
ha comprado su perfección a costa de su felicidad. Después,
todo será declive y lluvia y pérdida. El hombre natural
se transformará en atribulado ciudadano.
¿Cómo recuperar la virtuosa isla perdida? Los animales, indiferentes
al devenir, brindaron los modelos de Mowgli y Tarzán para saltar por
las ramas de un tiempo suspendido; Alicia se intoxicó para aumentar o
disminuir de estatura; Pinocho asumió la eternidad pueril de la madera
encantada. Pero fue J. M. Barrie quien extremó al máximo las creencias
de Rousseau. Convencido de que la vida real sucede antes de los doce años,
escribió la primera frase de Peter Pan: Todos los niños,
menos uno, crecen. Jardines de Kensington, de Rodrigo Fresán, explora
el mundo de Barrie en la Inglaterra victoriana y lo contrasta con el de su imaginario
discípulo, Peter Hook, autor inglés de cuentos para niños,
hijo de un aristocrático rocker del Swinging London. Desmesurado, kitsch,
fascinante, Barrie vive en estado de permanente inmadurez; aprende a mover las
orejas para cautivar a los niños en los parques y se sirve de los siete
turnos del correo londinense para cartearse sin freno ni recato con sus padres.
Enamorado del amor que se profesan Arthur y Sylvia Llewelyn Davies, sobrelleva
un gris matrimonio sin hijos (y acaso sin sexo) a cambio de transfigurarse en
el tío Barrie que protege y manipula a los cinco niños
Llewelyn Davies. Después de la muerte de los padres, y gracias a la falsificación
de un testamento, el dramaturgo adopta a los huérfanos, que a esas alturas
ya son sus personajes y se encaminan a trágicos destinos. Según
su propia metáfora, Barrie frotó a los niños contra su
imaginación para que surgiera la chispa de Peter Pan, que los eclipsaría
a todos ellos.
Jardines de Kensington compara los empeños de Barrie con la Era de Acuario,
la época en que la juventud pasó de categoría biológica
a categoría histórica y ensayó la versión psicodélica
del no crecerás. El caudal de asociaciones va de Dickens
al Show de Porky, pasando por la biografía de The Kinks. El ahora
me ves, ahora no me ves con el que Joseph Heller se refiere a los pilotos
en peligro de extinción le sirve al siempre intertextual Fresán
para describir un trepidante ciclo de deterioro y evolución: el niño
será adulto, cadáver y fantasma, es decir, otra vez niño.
La vida se acaba, pero regresa en los pantanos del sueño y la profunda
superficie del texto.
Jardines de Kensington transcurre durante una noche en que el escritor Peter
Hook narra su última, oscura fábula, ante un niño secuestrado.
Su protagonista, depositario de una dualidad de magia y pesadilla, se llama
Jim Yang. Si Barrie paladea el imposible sabor de la eternidad en sus juegos
infantiles, Hook busca la apropiación criminal de la infancia y accede
a una variante clínica de Neverland, el estado de coma.
Lúdica, excesiva, ruidosa, Jardines de Kensington es el territorio donde
un aforismo persigue a un epigrama que persigue a una greguería, el cuarto
donde un niño muestra todas sus estampas y todos sus juguetes, sin importar
que algunos estén rotos (son esos los que tienen mejores historias).
El lector infantil suele ser indiferente a la noción de autoría;
lee la aventura como si se generara a sí misma ante sus ojos. Jardines
de Kensington es la zona de excepción (la madura infancia) donde la fantasía
de Barrie es tan significativa como la vida que la originó. Con pulso
hipnótico y creativa lealtad, Fresán persigue a su fantasma.
Sin el menor victimismo, Fresán ha escrito de su niñez argentina,
cuando fue secuestrado por la Triple A. Sus captores trataron de congraciarse
con él hablando de fútbol. Resultado: en su documentado Londres
de los años sesenta no existe la final de Wembley y la infancia es para
él un espacio al que se vuelve por méritos literarios. Noticia
de un secuestro Peter Hook tensa la cuerda del niño que lo escucha,
Jardines de Kensington se lee como un acto liberador. Un pasaje poderoso de
un libro poderoso: Barrie se pregunta cuál es la velocidad de un
libro: ¿la velocidad que desarrolló el autor al escribirlo o la
velocidad que alcanzan los lectores al leerlo? Es más: ¿se detiene
un libro cuando lo deja a un lado o son los libros máquinas de movimiento
perpetuo que funcionan sin necesidad de los lectores? Los libros como motores
mágicos que no dejan de impulsar a sus héroes y villanos hacia
nuevas orillas y palacios y es por eso que no conviene interrumpir su lectura,
piensa Barrie: uno se pierde tantas cosas cuando cierra un libro. Jardines
de Kensington es un motor a tope, al borde del estallido, que revela, sí,
la inaudita velocidad de las cosas.
Childrens corner por Alan Pauls Como todo libro de
escritor-coleccionista, Jardines de Kensington es la historia de muchas
vidas, pero sobre todo de dos: la vida del polígrafo victoriano
James Matthew Barrie, enano célibe, idólatra de niños
y legendario inventor del ícono infantil Peter Pan; la vida de
Peter Hook, hijo desquiciado del swinging London, discípulo lisérgico
de Barrie, inventor de Jim Yang un Peter Pan post Einstein que viaja
por el tiempo montado en su cronocicleta y, en sus ratos de ocio,
exitoso asesino en serie de párvulos. |
JARDINES DE KENSINGTON POR RODRIGO FRESAN ¿Qué
es lo que se ve en un telón? ¿El polvo de todas las obras
que allí se representaron? ¿El eco de monólogos de
los actores y de las toses de los espectadores? ¿El crujido de
la madera noble bajo las botas? ¿El telón como la membrana
permeable que nos advierte que las cosas de ese lado no son iguales a
las de éste por más que se parezcan tanto? |
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