Domingo, 4 de abril de 2004 | Hoy
POLéMICAS
El fenómeno generado por la editorial Eloísa Cartonera, una de las más interesantes intervenciones culturales de los últimos años, está destinado a hacer correr mucha tinta, tal como anunció Radarlibros a fines del año pasado. Algunos tramos de la entrevista a Edgardo Russo publicada por Radarlibros en su edición del 22.2.2004 motivó una réplica de Fabián Casas que publicamos en esta edición junto con la respuesta de Russo.
¿Quién
le teme a Eloísa Cartonera?
por Fabián Casas
Parece que los Tadeys, unos muñequitos parecidos a los sea monkeys que creó Osvaldo Lamborghini, están haciendo de las suyas. Por ejemplo, fueron muchos los Tadeys que se escandalizaron cuando la editorial Eloísa Cartonera presentó sus libros una noche de este verano que toca a su fin en un cabaret de la avenida Córdoba. Mis amigos Tadeys decían que ése era un acto snob. A lo cual uno les replicaba que se trataba de una simple fiesta (con Djs, chicas, chicos y tragos) y no de la Revolución Cubana. Las fiestas, por lo general, uno imagina, no tienen que tener el pathos de Ernesto Sábato. Pero parece que Eloísa, para algunos, es un trago difícil de pasar. En una mesa de literatura programada por el Rojas, Sergio Olguín también se despachó diciendo que no compartía para nada muchas cosas de Eloísa Cartonera, pero sin aclarar qué era lo que le generaba tanto conflicto. Hace poco, en un reportaje de Radarlibros al poeta y editor Edgardo Russo, el ex vate, sin que viniera muy a cuenta, se lanzó a fondo también contra Eloísa: La cultura cartonera es una enfermedad. El carácter dramático de la situación se vuelve casi obsceno en la parodia de un artesanato del libro mal pegoteado con engrudo, donde autores reconocidos prestan textos a un juego snob y sin retorno, souvenirs de una crisis que no padecen. En la Argentina, la situación es inmejorable para producir. Pero una vez más, ¿producir qué? ¿Cultura cartonera for export, como una variante renovada y desgraciada del `realismo mágico? Lo primero que llama la atención es por qué el enemigo de los Tadeys es un blanco tan frágil y tan fácil como Eloísa Cartonera. Una editorial pequeña, que no goza de ningún apoyo oficial o internacional y que, lisa y llanamente, no tendría que molestar a nadie. Pero parece que molesta. Tengo una teoría muy simple. Creo que lo que molesta (sobre todo al Tadey editor) es que exista una idea original que no se le haya ocurrido a él. Y que, encima, escritores importantes de Argentina y Latinoamérica no tengan ningún problema en ceder sus derechos para colaborar con el emprendimiento. Y, todavía peor, que esos libros se vendan sin parar y tengan una repercusión internacional inusitada. Este cóctel, sin duda, es el que salieriza a Edgardo Russo. Y eso, como decía el estribillo de una canción de Bonnie Tyler, es una pena.
Cartón ilustrado
por Edgardo Russo
En la entrevista
que me realizó Walter Cassara para Radarlibros nunca me referí
directamente a Eloísa cartonera. Apuntaba, en todo caso, a una actitud
más general de mendicidad snob, con la que algunos intelectuales
se ofrecen como miel silvestre a la libación de las buenas conciencias
nacionales y fundamentalmente internacionales, a partir de la crisis
argentina de 2002. El ya no tan joven poeta vitalista Fabián Casas (vaya
a saber por qué motivación samaritana) sintió que le tocaban
los cartones a Eloísa, y se vio obligado a salir al ruedo con una argumentación
desgarbada. Por mi parte, no tengo nada que objetar a una simple fiesta-cartonera
en un cabaret de la avenida Córdoba ¡con Djs, chicas,
chicos y tragos!, y jamás se me ocurriría contrastar
ese acto tan... inocente con la Revolución Cubana. Pero evidentemente
sí a esos souvenirs que definí casi al pasar en mi nota como mal
pegoteados con engrudo y plagados de erratas. La teoría
muy simple del vate Casas es que soy un envidioso porque como editor nunca se
me ocurrió semejante genialidad (¡que escritores importantes
de Argentina y Latinoamérica no tengan ningún problema en ceder
sus derechos para colaborar con el emprendimiento!).
Allá él si en una horrible metáfora considera que soy Salieri
envidiando a Mozart. Por las dudas, ya pasé instrucciones a mis amigos
ycolaboradores de que en caso de sufrir semejante brote de senilidad o pendejerismo,
rematen mis escasísimos bienes y me internen de inmediato con chaleco
de fuerza, lejos, muy lejos, por favor, del cartón ilustrado.
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