Domingo, 4 de abril de 2004 | Hoy
LORD JIM
Joseph Conrad
Trad. Haydée N. Fryn
506 págs.
Longseller
Buenos Aires, 2003
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EL CORAZON DE LAS TINIEBLAS
Joseph Conrad
Trad. Susana Aguiar
240 págs.
Longseller
Buenos Aires, 2003
Acaso el camino exitoso
de seducción rumbo al centro del círculo concéntrico que
fue Inglaterra a fines del siglo XIX y principios del XX nunca fue transitado
por nadie con mayor ejemplaridad que por Joseph Conrad. Escritor polaco de lengua
inglesa, había nacido en una Ucrania todavía más lejana.
En el país de la excentricidad supo convertirse en el más excéntrico
de quienes aún reclamaban el título de románticos.
Jozef Teodor Konrad Korzeniowski, tal su nombre original, escribió trece
novelas, dos libros de memorias y veintiocho relatos cortos. Contó para
ello con una escritura firme y una psicología profusa, que arribaba sin
esfuerzo a enfrentamientos simbólicos y universales: la lucha del hombre
contra la Bestia, y el triunfo de las fuerzas morales sobre las materiales,
o al revés.
Muchas veces el mar de sus relatos marineros fue evocado en un plano común
al de otros escritores clásicos: como fenomenología de la inmensidad
de la existencia, del misterio que ofrecen los océanos, de las fuerzas
que deben existir para cortejarlos. Muchos escritores tienen del mar una definición:
es promesa, esperanza, renacimiento, pero también incertidumbre, pérdida,
irrealidad metafísica. El mar es ese irrefrenable fantasma de la
vida de Melville. O la pasión del propio Conrad que, iniciada
misteriosamente, como toda gran pasión, continuó invencible y
sorda a la razón, sobreviviendo a la prueba de la desilusión.
En sus memorias, el filósofo español José Luis Aranguren
anotaba que cuanto más quieta, lejana, sustraída al flujo del
tiempo y la vida es la obra de un escritor, tanto más reconfortante puede
resultar. Por eso son cómodas las obras canónicas: son tan formales,
tan constantes, tan fieles a sí mismas. En cambio, las sujetas a debates
y contradicciones dan mucho quehacer, no cumplen con su papel, y su volubilidad
nos obliga a estar corrigiendo, reajustando, acomodando siempre de nuevo la
vieja idea que teníamos de ellas.
La obra de Conrad, que conformó una unidad rara en su época, refracta
hacia la nuestra una imagen completamente opuesta: no hay, todavía en
el 2004, un cuerpo de conocimiento estable para juzgar un pequeño libro
como El corazón de las tinieblas (1902), y las controversias que ha generado
esta obra sobre una incursión europea en el Africa ecuatorial parecen
admitir y aun reclamar la indignación. En este sentido, su obra continúa
viva. Pero también es una obra sujeta a contradicciones, y representa
uno de los tránsitos menos indoloros y más fascinantes entre una
literatura del siglo XIX a otra del siglo XX.
ESPERANZAS E IMPEDIMENTOS
La teoría y la crítica literarias suelen sentir un profundo desprecio
o un inmoderado cansancio por el siglo XIX. El mundo del siglo XX dio suficientes
justificaciones para enterrar a la tragedia y suplantarla por el absurdo. Si
la política y la economía promovieron desastres épicos,
o insondables, o inexplicables, el arte entretantoprocuró muchas veces
la idealización del absurdo, de la ironía y la parodia, de la
absoluta falta de contenido de todos los poderes que determinan la vida de los
hombres. Los temas y problemas que giran en torno a la obra de Conrad representan
el último eslabón de una problemática muy siglo XIX: el
de la destrucción de la sociedad feudal, de la sociedad estamental, que
ha librado la individualidad de los hombres, pero con el resultado de que ésta,
ahora, se ve convertida en tarea. Y la obra de Conrad representa el último
eslabón porque esa tarea, la del hombre que tiene que convertirse en
hombre para llegar a ser un individuo pleno, se cumple sin las convicciones,
sin la eficacia que muestran autores precedentes. Cuántas vacilaciones
se adueñan del Marlow de El corazón de las tinieblas. Cuántas
ambigüedades carga el Lord Jim de la novela que lleva su nombre (1900),
quien parece perseguido por un destino irracional, casi satánico.
Por el exasperado aislamiento, que es el motivo central que recorre toda la
obra de Conrad, por su concesión acerca de que la vida es sueño,
por su pesimismo casi inclaudicable y una imaginación fértil para
los desastres que ocurrirán a sus personajes, los adjetivos que vuelven
una y otra vez sobre sus relatos son: inconcebible, incomprensible, inescrutable,
impenetrable, indefinible, inexpresable, etcétera.
UN POCO DE MALANDRAJE
Huérfano a los 12 años, Conrad abandona su patria a los 16 debido
a la invasión rusa y se traslada a Marsella, donde se convierte en marino
mercante en buques franceses. Lucha en España en las guerras carlistas.
Trabaja luego en barcos comerciales ingleses. Se naturaliza inglés en
1884. Continuó navegando, tras estar a punto de suicidarse. Es casi imposible
exorcizar de los relatos de Conrad el fantasma de la autobiografía. Su
primera novela, La locura de Almayer (1895), fue compuesta línea
por línea, más que página por página, en parte,
durante una estadía forzada en Londres; en parte, en interminables viajes.
En Lord Jim se abocó a explorar dos temas en tándem: el del honor
y del poder de la vergüenza. Un hombre, que de joven no se comportó
como debía en un naufragio, carga en la adultez con todo tipo de reproches
internos. Otros relatos de vida marina y escenarios tropicales son El negro
del Narciso (1897, sobre un excitante, inquietante pasajero a bordo), Nostromo
(1904, novela de dictador latinoamericano), o La línea de la sombra (1917,
donde una nave en su derrotero bordea la literatura fantástica). En El
agente secreto (1907), el anarquismo de los años de la preguerra amenaza
con hacer estallar el corazón de Londres, mientras que Bajo las miradas
de Occidente (1911) es la única novela de ambiente eslavo de este escritor
polaco.
Conrad, educado en Francia, pensaba en francés. Si una lengua es el modo
de pensar y de sentir de una civilización, quien la utiliza adopta las
categorías, los conceptos, las emociones de ella. Una civilización
se encarna en el idioma, en las instituciones, en la mentalidad, en los modos
de pensar y de sentir. Conrad adoptó Inglaterra y con ello la carga de
una deserción, la de pensar con la lengua de la razón cartesiana
en el país del capricho. Murió en Bishopsbourne, cerca de Canterbury,
en 1924.
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