libros

Domingo, 6 de junio de 2004

RESEñA

Golosinas

La despensa del diablo
Jim Crace

Trad. Ernesto Montequin
EMECE
Buenos Aires, 2004

Por Cecilia Pavón

Decir que La despensa del diablo es una colección de historias breves que giran en torno del tema de la comida, no es decir casi nada de este libro. Porque, como sabemos, en literatura el tema es lo menos importante. Jim Crace podría haber cambiado la comida por aviones de juguete, decorados de oficinas o especies de flores y seguiría siendo la misma novela: la de un escritor virtuoso que con los elementos finitos de un universo temático cerrado –y hasta podría decirse banal: qué, dónde, cuándo y cómo se come– logra producir combinaciones narrativas sorprendentes. Un bar donde sólo sirven aire, las cenizas del gato muerto almacenadas en la despensa para servir diariamente de condimento, dos ancianos que se salvan de morir de inanición chupando piedras, o un restaurante en la costa donde ofrecen intencionalmente mejillones intoxicados a los forasteros, son algunas de sus ocurrencias. Todas tienen algo de extraño, de malicioso, de abyecto, pero narrado con levedad y humor, y con una plasticidad más cercana a la poesía que a la prosa que hace de la comida un territorio de transgresiones y de borramiento de límites.
Madre e hija se besan e intercambian trozos de comida con el fin de averiguar cómo sabe en la boca de la otra, un bacalao seco vuelve a la vida y salta al mar cuando es re-humectado por dos marineros o los huevos de una omelette se transforman en pollos al ser fecundados por el esperma de un cocinero resentido que se masturba frente a su trabajo. Las 64 narraciones breves que componen esta “novela acumulativa”, como la llama su autor (un inglés de la promoción de Mac Ewan y Amis) se caracterizan por una fuerza imaginativa que leída con descuido o a primera impresión puede acercarse peligrosamente al realismo mágico. Sin embargo, un refinado tono paródico recorre a contrapelo todos los textos y nos hace un guiño. Más importante que la descripción de un universo exuberante, es aquí el capricho. El capricho de escribir por escribir (bien) sobre cualquier tema, y el capricho de jugar a mezclar los tonos de enunciación. Porque Crace aborda sus historias con el tono de un antropólogo o un historiador, como si lo que en realidad es puro juego, capricho y excentricidad fueran reflexiones serias sobre nuestra cultura o cotidianidad. Como si el reto fuera narrar con elegancia, elocuencia y convicción hechos disparatados que por momentos bordean el absurdo.
En ocasión de la publicación de su novela anterior, Being dead, algunos críticos elogiaron el arduo trabajo de investigación del autor que describía a cientos de especies de insectos en realidad inexistentes. Algo parecido podría sucederle al lector incauto que pensara que los porotos de manac que producen hinchazón de los testículos y dificultades en la erección y que las esposas sirven a sus maridos en cierto pueblo de Inglaterra pueden conseguirse en algún supermercado, o que los tumores extraídos del intestino de un paciente pueden ser efectivamente plantandos y echar raíces y hojas luego de algunas semanas, o que existe un pueblito perdido en alguna zona montañosa cuyo plato típico es la sopa de piedras.

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